Las puertas del infierno cumple 30 años

Por: Fernando Amézquita
El 7 de noviembre de 1985 -mientras crecían las llamas infernales del Palacio de Justicia-, la Editorial Oveja Negra lanzaba al público Las puertas del infierno, primera novela del poeta samario-bogotano José Luis Díaz-Granados, la cual sería finalista del Premio Rómulo Gallegos dos años después. Traducida al ruso y al chino, esta obra emblemática de Bogotá, ha suscitado muchos estudios, documentales, tesis de grado y ensayos literarios, de entre los cuales entresacamos algunos importantes conceptos:
Con Las puertas del infierno ha nacido un Ulises bogotano (Jonathan Tittler).
Como quien ve pasar velozmente las escenas de una película en la que se resume, comprime e ilumina la vida de su protagonista, perverso e inocente a la vez, con los vicios y virtudes de un macho intelectual latinoamericano, cursi casi siempre y diletante de todas las artes, enamorado más del sexo que del amor, dependiente de su padre y sin madre conocida, como quien se deja llevar por un flujo torrentoso y no encuentra freno alguno, así es la novela Las puertas del infierno, de José Luis Díaz-Granados. (Marco Tulio Aguilera Garramuño).
No se puede ignorar, y sí se puede disfrutar la destreza literaria de José Luis Díaz-Granados. Y es esta facultad expresiva que le permite entrar en la materia literaria o vital con precisión y con fuerza, lo que justifica un libro como Las puertas del infierno. (Gonzalo Mallarino Botero).
Díaz-Granados se detiene en menciones de obras y autores y pone a su protagonista a cargar con el peso insoportable de la literatura; se exorciza, se erige a sí mismo su pedestal narciso con la reiteración de su obra poética El laberinto, y se engolosina en el juego, para muchos manido, del sexo sin encanto, del reconocimiento de la virilidad a ultranza con un bazar de meretrices. (Álvaro Quiroga Cifuentes).
Las puertas del infierno, contada por su protagonista, repite con distintos personajes el mismo episodio de la intimidad: sexo-satisfacción o decepción-sexo. El sexo como lo más simbólico de la especie humana, también lo más cohibido, pervertido, cae en el mismo círculo de la vida repetitiva, sujeta a las circunstancias de este momento histórico. (Víctor López Rache).
Estamos en Las puertas del infierno acompañados por Kafka y por Joyce. Bogotá se diluye detrás de un lenguaje que en vez de decir el mundo niega la transparencia en su propio espesor. (Marino Troncoso, S. J.: «Bogotá, espacio de una novela. 450 años: De El carnero a Las puertas del infierno«).
Las puertas del infierno es una novela que recoge todas las preocupaciones estéticas de lo que pudiéramos llamar la novela contemporánea latinoamericana, pero a su vez nos recuerda -no simplemente un recuerdo-: nos hace sentir la problemática estética de las novelas más importantes que surgen entre los poetas franceses del siglo diecinueve. (Manuel Zapata Olivella).
Las puertas del infierno: un testimonio sobre la urbe con todas sus crudezas, una visión desoladora sobre los temas y figuras de la noche. (R. H. Moreno-Durán).
En Las puertas del infierno, cuyas páginas deben considerarse como un salto al vacío, como un desmantelamiento de las estrategias narrativas de la novela, el fragmento es la pieza fundamental de la estructura narrativa. (Jaime Eduardo Jaramillo Zuluaga).
Bien se puede concluir que Las puertas del infierno antes que un ininteligible desorden narrativo, lo que genera es un discurso con vocación de infinitud dentro del cual, a la manera de un cuidadoso fluir de conciencia, se introducen distintos motivos que admiten ser reunidos en campos referenciales definidos. (Mauricio Vélez Upegui).
Las puertas del infierno: novela que posee un alto grado de auto-conciencia, que se auto-critica y se auto-destruye. Novela que hace redundante la voz del autor (y por lo tanto lo condena), que se juega a la autonomía, que rompe los marcos entre literatura y vida, que también se desnuda y se retuerce, que se niega al silencio, pero que no desea expresarse como una ecolalia que, sin embargo, por una vía que no es la representativa, nos devuelve una realidad:su propia realidad. (Jaime Alejandro Rodríguez).
Bogotá es captado por José Luis Díaz-Granados en Las puertas del infierno con toda su sordidez prostibularia, que no excluye el humor, a través de la paradójica novela de formación de un escritor, José Kristián, que mezcla mujeres y libros con singular desparpajo. (Juan Gustavo Cobo Borda).
En Las puertas del infierno encontramos. con diálogos entreverados, detalles de ambientes citadinos y menciones eruditas, la representación del flujo de la conciencia de un poeta solitario, obsesionado por la búsqueda religiosa que le dé un sentido a su existencia, por el sexo y por la idea de escribir una novela a modo de exorcismo. (Álvaro Pineda Botero).

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