Desde inicios de siglo XX, con la llegada de la modernidad, el cuento se convirtió en uno de los géneros más importantes para el desarrollo, el establecimiento y la configuración de la literatura colombiana. A partir de ese momento no solo es un vehículo de creación, sino una de las formas de entender el contexto histórico, político y social de ciertos episodios de la vida nacional. En esta antología de cuento colombiano, subtitulada Variaciones infinitas, Rodrigo Bastidas reúne once cuentos de autores representativos del género, los cuales no han sido publicados en antologías anteriores.
Por: Jefferson Echeverría*
El cuento es uno de los géneros narrativos más complejos que tiene la literatura. Más allá de la brevedad, es una técnica que requiere un alto nivel de precisión y fluidez al momento de construir un suceso particular. Parafraseando a Julio Cortázar, para que un cuento logre el éxito esperado, este siempre debe ganar por nocaut. Porque a diferencia de la novela, la dinámica del cuento no se presta para divagaciones ni mucho menos se pierde en descripciones innecesarias: se narra lo imprescindible y se logra el objetivo planteado; con esta medida implacable los cuentistas pierden o ganan la atención de los lectores, casi siempre sin posibilidad de aspirar a una segunda oportunidad.
Pero, al parecer, el cuento (principalmente el cuento colombiano), tiene elementos más profundos aparte de su complejidad en la técnica narrativa. Es un género que evoluciona con el paso del tiempo al momento de evocar, por medio de la ficción, acontecimientos propios de nuestra realidad. Mucho se habla de novelas, crónicas y obras históricas que tratan de explicar, de acuerdo a sus estilos, el concepto de sociedad transcurrido por diversas generaciones. Sin embargo, en Colombia, el cuento también se convierte en un testigo ocular de los antecedentes más importantes de nuestro pasado, presente y futuro. En su interés narrativo por explorar la tragedia humana a través de símbolos, voces y personajes, también nos permite distinguir un modelo de identidad más sutil y práctico.
El rumbo literario en cada cuento no pierde su vigencia, antes bien, se renueva debido a las sensaciones que puede llegar a producir en las nuevas generaciones de lectores.
Es por esta razón que debemos mencionar la fascinante antología, seleccionada y presentada por el investigador independiente, docente universitario y crítico literario, Rodrigo Bastidas Pérez. En la recopilación de estas variaciones infinitas, publicada por Panamericana Editorial, los diferentes cuentos colombianos, no solamente se encargan de involucrar a los lectores en diversos estilos de prosa, sino también de confrontarlos con una realidad particular, propia de las necesidades descritas en cada época. Las páginas, dispuestas en bellas palabras azules, replantean circunstancias envolventes, letales y por momentos nada optimistas. El rumbo literario en cada cuento no pierde su vigencia, antes bien, se renueva debido a las sensaciones que puede llegar a producir en las nuevas generaciones de lectores.
Otra peculiaridad llamativa de este gran compendio es la explicación profunda, inteligente y minuciosa que Rodrigo Bastidas Pérez hace en cada cuento. En su orden debido presenta, a manera de introducción, una breve trayectoria del autor o la autora; posteriormente, aparece el cuento en su máxima expresión para el deleite de los lectores; por último, una intervención magistral en su función como antologador donde complementa tanto el contenido como la intención de todos los cuentos, acordes con las distintas problemáticas que atraviesan según la época en que están escritos.
En el cuento «En la hamaca» de José Félix Fuenmayor, la relación compleja entre Temístocles y Matea simboliza un deseo de liberación continuo contra una figura de poder cruel e inhumana: por más que el verdugo muestre vestigios de misericordia, sus arrebatos de locura siempre lo llevarán a desatar la furia contenida culminada por un sufrimiento impuesto a su víctima. En el cuento «La chimenea» de Elisa Mújica, los amores secretos no pueden ser incinerados sin antes contemplar una cuota de memoria que despierta sentimientos inevitables. Ante una sociedad en donde la memoria tiende a ser innecesaria, el acudir a la nostalgia puede llegar a ser un acto de insurgencia contra una generación que ha cruzado las fronteras de la insensibilidad.
El cuento «Ese otro», Fanny Buitrago no sólo enaltece la figura del ser despreciable y embustero, también lo utiliza como un pretexto infalible para desnudar una sociedad que se regodea en la mojigatería y esconde sus horrores tras una máscara de falsa moral. En «Los mensajeros» de Andrés Caicedo, el imaginario de Cali como un sitio de espectáculo al mejor estilo hollywoodense, nos transmite un sentido de añoranza perdido por aquello que sucedió, pero ahora sólo queda recordarlo como cenizas que se hunden en el tiempo y en la memoria.
En el cuento «Las muñecas que hace Juana no tienen ojos» de Álvaro Cepeda Samudio, los símbolos responden a las necesidades reveladas por tres mujeres que se hallan encerradas en su labor interminable de fabricar muñecas: los diálogos configuran la esencia de la trama, pues cada voz esconde un horror constante cuya gloria de ayer fue destruida por viejos fantasmas que no dejan de atormentarlas. El cuento «La doctora Lyuba», escrito por Albalucía Ángel, corresponde a los conflictos internos de una mujer quien, en su afán por mejorar un poco las condiciones paupérrimas de una región olvidada por todos, lleva también el peso de un enorme sacrificio al soportar con rigor las trampas del desamparo.
Bogotá tiene también su propia versión de vampiros, la podemos encontrar en el cuento escrito por Evelio Rosero llamado: «Ahora está en el tejado». Esta historia, contada por un personaje que conoce a Rubén Frío (o el vampiro), nos revela detalles desgarradores y una secuencia de circunstancias enigmáticas, recreadas por una especie de sombra que está poseída por fuerzas extrañas, y es capaz de formar su propia leyenda urbana a base del miedo y de la intimidación. Helena Araujo, en su cuento «El tratamiento», nos enseña a denunciar la injusticia provocada por las instituciones del hombre que siempre acude al pretexto de la locura para reafirmar sus artimañas. Por estas razones, una mujer es sometida a diversos tratamientos psiquiátricos, compuestos por medicinas, terapias inhumanas y procesos poco ortodoxos, pero efectivos al momento de castrar un espíritu noble.
José Felix Fuenmayor, Andrés Caicedo, Elena Araújo, Fanny Buitrago, Evelio Rosero, Margarita García Robayo, Cristián Romero y Lina María Parra, entre otros autores, hacen parte de esta antología de cuento.
En el cuento «Los álamos y el cielo de frente», Margarita García Robayo ejemplifica los conflictos de una pareja que, en su afán por destruir el poco vínculo que les queda, refuerzan la distancia a través de un recuerdo amargo que agranda las heridas y fortalece más el odio mutuo. En el cuento «Ahora solo queda la ciudad», Cristian Romero nos lleva a un tiempo futuro donde el fanatismo, la estupidez y otra especie de inquisición le han arrebatado el vínculo cercano con un ser amado: parece que nos expone una visión de ciudad más brumosa, donde la desesperanza recorre los entresijos de cada calle. En el cuento «Fantasmas» de Lina María Parra, la aparición de un espectro en forma de niño se convierte en una fuerza temible que, al parecer, trata de transmitir un mensaje a una mujer quien lo ha visto en todo momento y lugar, siempre custodiando e intimidando su diario vivir.
Como podemos notar, la invitación con esta fascinante antología es a reconocer en el cuento una forma de complicidad imprescindible con el tiempo, donde cada historia es, a su modo, una voz continua que narra ciertos sucesos generacionales contribuyen, de una u otra forma, a un progreso tanto humano como colectivo.
*Jefferson Echeverría, docente y escritor
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