Las voces de América, una lectura desde Víctor Vich

No. 7667 Bogotá, Sábado 18 de Febrero de 2017 


Mientras unos dan plomo, nosotros damos pluma
Jorge Consuegra




Bogotá.

La tradición oral -tantas veces vilipendiada- parece haber logrado emanciparse en Europa. Por allá en el siglo XVII, la imperiosa necesidad de constituir y consolidar los Estados-Nación, luego de la obsolescencia del sistema feudal, implicó un curioso y casi inesperado acercamiento a las producciones discursivas orales del Viejo continente. De aquella hermosa doncella que raptó Zeus ya no quedaría más que un mapa sobre el cual se trazan las fronteras que dividen su cuerpo en partes irregulares. Y como cada órgano amputado optó por hacer el intento de olvidar el organismo al que pertenecía, era ineludible que cada uno se erigiera como autónomo y autosuficiente. Bueno, que al menos aparentara serlo.

Para VictorVich, el hecho de que se haya pretendido hallar, en la tradición oral europea, las bases sobre las que se sostendrían las naciones emergentes es producto de la falsa creencia de que existe algo tal como una “identidad”, que debe ser desempolvada y exhibida al mundo como prenda de autenticidad y distinción. Sin duda que en las formas que toma el discurso oral -de cualquier lugar y sociedad del mundo- es posible hallar las raíces simbólicas que han sido parte fundamental en la formación de cierto imaginario social; pero ello no implica que ahí resida el “alma natural” de una colectividad. De hecho, lo diré de una vez: ni ahí ni en ninguna parte.

No existe tal tesoro de incorruptibilidad diamantina que cifre la esencia de un colectivo y la haga perdurar, indiferente al paso del tiempo y a la configuración del espacio. El pasado se presenta, bajo aquella concepción esencialista y metafísica, como una sustancia que se revela y que no se construye; que está muerta; que no camina al lado de los hombres, sino que los mira desde el ocaso y desde allí les marca su inapelable destino.

Lo que en un principio podría haberse intuido como emancipación de la tradición oral en Europa, ahora parece quedar evidenciado como no más que una sujeción de la producción discursiva a los intereses políticos particulares. Ahora, el caso de América Latina presenta síntomas particulares y ajenos al caso europeo. Paradójicamente, la construcción de las naciones del Sur del globo ha estado inapelablemente atada a un “proyecto letrado”; la oralidad ha sido marginada hasta lo inverosímil. Se asumió unilateralmente que las culturas prehispánicas no tenían nada por decir sobre el mundo. ¿Quién escucharía la polifonía de voces que encierran los seres más abyectos de un submundo como América?

Bueno, pues parece que el campo de los estudios literarios, especialmente el latinoamericano, debiera quitarse los lentes un momento, cerrar los ojos y abrir los oídos. De este modo, aquello que con propiedad y orgullo ha sido nombrado como El arte de las letras, seguramente tuviera que empezar a llamarse Las artes de las letras y las voces (con toda la dimensión expresiva/ritual que las últimas acarrean).

De acuerdo con Victor Vich, este desprecio ejercido desde buena parte del mal -y horriblemente- llamado sector “intelectual” de América sobre la cultura indígena, es resultado de la ineficiencia que se le atribuye a ella para construir espacios públicos. Pero, ¿qué cultura más propicia para la instauración de una cultura de lo común que una en la que la distinción entre lo público y lo privado ni siquiera existía? Y lo indignante no es que no se tome en cuenta la producción oral de los nativos de América para la elucidación de una posible identidad (como algo contingente, contradictorio, mutable, vivo), sino que se la reprima a tal punto que pareciera que el continente nació el 12 de octubre de 1942; y que las botas de colón grabadas en la arena fueron las primeras líneas de esta Verdadera historia. Como si los vientos andinos jamás hubieran arrastrado voces; como si la tierra jamás hubiera parido rito; como si las olas jamás se hubieran erguido como poemas; como si la Luna y el Sol y las estrellas jamás se hubieran pronunciado.

Pese a esto, quizás América haya contado con la suerte de que la estructura y la agenda política no se haya interesado aún por las vertientes del rizoma en que se encarnan las voces de la tradición oral. Aún parece posible enderezar el rumbo, para que el día que la caja musical del Sur levante su tapa, las voces y las letras sean escuchadas en su pluralidad y no sean burdamente sometidas a los intereses de los chovinistas de turno. Quizá -y ojalá sea así-no estemos condenados a cien años de soledad.

Foto Libros y Letras.

Por: Juan Sebastián Peña Muette
Estudiante de Comunicación social y Literatura
Pontificia Universidad Javeriana




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