María José Navia narra historias donde los viejos rituales prevalecen en medio de un mundo que se desmorona.
Sueños del celuloide
La escritora María José Navia (Santiago de Chile, 1982) continúa demostrando su maestría en el género del cuento con Todo lo que aprendimos de las películas (Páginas de Espuma, 2023), obra con la cual fue finalista del prestigioso Premio Ribera del Duero en 2022. Luego de Instrucciones para ser feliz (Sudaquia Editores, 2015), Lugar (Ediciones de la Lumbre, 2017), Kintsugi (Kindberg, 2019, Himpar, 2021, Polilla editorial, 2022) y Una música futura (Kindberg, 2020, Himpar, 2022, Editorial Marciana, 2023), Navia deja ver atisbos de un mundo distópico en medio de historias que retratan miedos muy personales: la pérdida de la visión, no poder quedar en embarazo, no completar el proceso de gestación. Se encuentran alusiones a una pandemia sin entrar de lleno en el tema, algo mencionado de paso, un detalle más en las narraciones sobre estas mujeres que tratan de sobrellevar sus miedos, problemas y frustraciones mientras sobreviven. Esa tristeza que el lector experimenta, sumada al conocimiento de que algo no va bien con el medio ambiente (en este caso la escasez de agua) les da un sabor diferente a los cuentos de Todo lo que aprendimos de las películas. Hay dos personajes centrales en esta obra que toman protagonismo –indirecto en algunas ocasiones– en varios de los diez relatos: Constance y su hija Laura. Constance es una escritora cuya relación con su familia (su esposo y su hija) es problemática. Anécdotas sobre la infancia de Laura, fragmentos de cuando Constance estaba en la universidad, todo antes de convertirse en la autora de fama mundial que termina siendo, son relatados desde diversos puntos de vista en un orden no cronológico mientras sus vidas intersectan con las de otros personajes.
Como su título lo indica, por estas páginas desfilan películas que influenciaron a Navia en mayor o menor grado como El Mago de Oz, Lost in Translation de Sofia Coppola y Taken, por nombrar las más evidentes. En estas historias donde late y se asoma esa realidad averiada en ocasiones se toman caminos que nos acercan al terror, como en “Gretel”, un cuento corto donde se describe más en detalle el mundo distópico y se alude a una posible pandemia. Como en toda película memorable, aquí se encuentran joyas escondidas, como la anécdota sobre una mujer que afirma haber sido Miss Ohio en su juventud y una foto envuelta en un sobre Ziploc dejada en el asiento de un autobús, recuerdo narrado desde dos puntos de vista diferentes que hacen dudar a un lector atento sobre la cronología de las historias, la veracidad del recuerdo o la cordura del personaje, ya que no da la impresión de haber ocurrido en la misma época (¿o sí?).
A continuación, una conversación que tuvimos con la escritora acerca de esta obra.
-Todo lo que aprendimos de las películas fue presentado originalmente para el Premio Ribera del Duero en 2022 y quedó entre los finalistas. ¿Tuvo muchos cambios el manuscrito antes de su publicación a principios de este año?
Sí. Le agregué tres cuentos: “Escenas borradas”, “Gretel” y “Sirena”. El manuscrito original solo tenía siete. Cambié un par de finales y trabajé más el lenguaje en algunos de los cuentos.
-Hay varios miedos que recorren estas narraciones: perder la visión, la angustia de no poder quedar en embarazo o perder el bebé durante la gestación, además de la pérdida del cónyuge… ¿Cuántos de estos miedos son personales y se trasladaron a los personajes?
Todos los miedos son personales, pero no son exactamente esos miedos. El único realmente autobiográfico es el de la pérdida de la visión. El año 2019 tuve una retinopatía diabética proliferante muy agresiva; me tuvieron que operar muchas veces (intervenciones con láser, inyecciones en los ojos) y en un momento me dijeron que podía quedar ciega. Fue un año horrible. De ahí sale “Mal de ojo”, el primer cuento que fue llamando a todos los demás. Es la materia prima; luego a eso personal le agregué cosas inventadas como el padre y el hijo y otros detalles de la historia de la protagonista que no son míos.
-Sigue habiendo atisbos de una realidad distópica en Todo lo que aprendimos de las películas, así como en “Todo incluido”, el cuento final del libro Una música futura, aunque sin entrar nunca de lleno en ello. Esos fragmentos de que algo no funciona bien en el mundo les dan una atmósfera y un sabor diferente a los cuentos. ¿Cómo se fue dando esto en tu escritura?
Se fue dando, la verdad. Yo no planifico mucho esas cosas. Sabía sí que no quería “apretar la misma tecla” que en Una música futura. Es un libro que escribí en pandemia y creo que ya estaba saturada de tanta tecnología, tanta pantalla. En pandemia eché de menos el cine (que en un momento pensé se iba a acabar) y en este nuevo libro está esa nostalgia por el ritual de salirse de la vida de siempre para sumergirse en la oscuridad con un grupo de extraños a disfrutar una ficción de alguien más. Por eso las películas son parte importante de las vidas de los personajes: las conforman, las complican. Y en este libro está en “Gretel” la desaparición del cine, en un cuento que para mí es un homenaje a uno de Ray Bradbury que aparece en Crónicas Marcianas. Y mi cuento “de fin de mundo” que está al final de la colección, “Calima”, también trae a Bradbury como espíritu protector. En Todo lo que aprendimos de las películas sigue esa musiquita de que hay algo que no está funcionando, como tú dices, un desastre lento pero avanzando todo el tiempo, con esos peces envenenados, el agua que hay que racionar, los veranos en los que no se puede salir, el aire espeso que no deja salir de casa.
-Aunque Todo lo que aprendimos de las películas es un libro de cuentos, hay un par de personajes que son centrales y toman protagonismo –indirecto en algunas ocasiones– en varios relatos: la escritora Constance y su hija Laura. Háblanos un poco de ellas. ¿En quién están inspiradas?
En nadie. No me inspiro en personas reales para los personajes casi nunca. Quizás aquí hay ecos de algunos personajes de Elizabeth Strout (Olive Kitteridge, Lucy Barton), de la biografía de Shirley Jackson de Ruth Franklin, A Rather Haunted Life, incluso de Misery de Stephen King. También hay radioactividad de películas: para los personajes de ellas, en particular, la película Stories We Tell de Sarah Polley (todo el cine de Sarah Polley es muy importante para mí escritura). Mi género favorito es el cuento y especialmente los cuentos conectados o linked stories, en inglés, y quería que en este libro se conectaran de forma distinta que en Kintsugi, donde los conecta la familia, o en Una música futura, donde está la idea de futuro, la presencia de la tecnología, etc. Aquí quería que personajes secundarios fueran los principales de otros cuentos, que fueron apareciendo y desapareciendo, que hubiese “cameos”, que un cuento terminara en el párrafo de otro cuento más adelante. Constance y su hija son algunas de las conexiones que vemos.
-Hay un cuento, “Bond”, que es un homenaje a la película de Sofia Coppola Lost in Translation. ¿Qué significó para ti esa película y por qué te gusta tanto?
Es mi película favorita. La veo todos los años, muchas veces. Y en este libro en particular era importante porque simbolizaba el tipo de vínculos que yo quería mostrar en mis cuentos: esos vínculos efímeros que se quedan con nosotros, lo transitorio que a veces importa o nos marca más que otros vínculos más tradicionales o familiares, esas relaciones y esos afectos que nos cambian y que pasan como de casualidad. Los personajes de la película se conocen porque ambos están en ese hotel en Tokio y solos (o sintiéndose muy solos); es una “relación” que dura un par de días pero que yo creo los cambia, los transforma en algún sentido, y que no calza en las categorías de siempre: es casi relación padre-hija, es casi relación romántica, es casi una relación de amistad. Y en mi libro yo quería jugar con esos “casi”: la casi familia que se arma Daniela por un tiempo breve con Padrehijo en el hospital, el casi padre que es Mario justamente en “Bond”, la casi maternidad de mujeres que intentan tener hijos o acompañan la maternidad de otra (como en “Dependencias” o “Escenas borradas”). Lost in Translation además tiene esa exploración en el ser extranjero o sentirse extranjero, el no dominar un idioma (que puede ser el idioma de la intimidad, de la vulnerabilidad, además de un idioma extranjero: el japonés), los problemas de comunicación y malentendidos, la belleza de lo sutil, y la cultura japonesa, que es otra obsesión mía.
-Aparte de ese filme de Coppola y el Mago de Oz –que son mencionados bastante–, ¿qué otras películas influenciaron los cuentos de este libro que quizá no sean tan evidentes para todos los lectores?
Hay varios evidentes y mencionados: Taken, Big Eyes pero también Big Fish de Tim Burton, Manchester By The Sea. También fueron fundamentales para este libro y todos los míos, en realidad, el cine de Sarah Polley, sobre todo Stories We Tell y Take This Waltz, de Sofia Coppola Lost in Translation, pero también The Virgin Suicides, Somewhere e incluso On the Rocks que no es de mis más favoritas de ella, de Isabel Coixet especialmente My Life Without Me y The Secret Life of Words, de Wong Kar-Wai In the Mood for Love y Chungking Express.
-Es muy interesante la idea de una casa embrujada por una presencia que aún no existe. ¿Cómo se da esta idea?
Quería una casa que se embrujara tres veces en el libro (trayendo también el número tres como marca de los cuentos de hadas): la primera vez por la desesperación por tener un hijo (“Dependencias”), luego por la vida de una escritora y la relación con su hija (en “Fan”) y finalmente por la tecnología en contextos de una pandemia (“Gretel”). Quería que la casa fuera otro de los personajes que une los destinos de los personajes y conectan los relatos, otra constante.
-Como en tus obras anteriores, se pueden notar muchas influencias de la literatura norteamericana en Todo lo que aprendimos de las películas. ¿Qué tiene de diferente esta literatura en inglés que quizá no encuentres en la escrita en nuestro idioma?
Es la literatura que más leo y que más me gusta. Incluso la literatura en español que más me gusta es aquella que tiene influencias poderosas de la literatura en inglés, como es el caso de Rodrigo Fresán. Me fascina el trabajo con el lenguaje de las grandes cuentistas en inglés (también algunas novelistas) y la manera que tienen de retratar la intimidad y lo cotidiano: Joy Williams, Mavis Gallant, Grace Paley, Amy Hempel, Deborah Eisenberg, Ann Beattie, Lydia Millet, Elizabeth Strout, y de escritoras más nuevas como Megan Mayhew Bergman, Sabrina Orah Mark, Daisy Johnson, Amber Sparks, Laura Van den Berg, Mary South, Jamie Quatro, Kirstin Valdez Quade, Z.Z.Packer… Pero en este libro hay también una influencia grande de Dorthe Nors, una escritora danesa que leí en traducción al inglés. Y la literatura japonesa (leída en traducción) está siempre de algún modo u otro: Yukiko Motoya, Hiromi Kawakami, Sayaka Murata Yoko Ogawa, Hiroko Oyamada, Yu Miri. En este libro entraron además otras referencias o ecos como Ray Bradbury, Paul Tremblay, T.C. Boyle y mucha poesía también de mis favoritas Aracelis Girmay, Ada Limón, Victoria Chang, Emily Dickinson.
Eres reconocida por leer muchísimo y las influencias desbordan las páginas de Todo lo que aprendimos de las películas. ¿Qué piensas de los escritores que leen poco o se jactan de no leer a sus contemporáneos o los clásicos?
No entiendo mucho cómo lo hacen. Para mí leer es vital para escribir. De ahí viene la energía y el entusiasmo para escribir y seguir escribiendo. Esa felicidad y maravilla que me da leer es la ola que me deja frente al teclado para crear lo mío.
-¿Cuáles son tus libros favoritos donde la protagonista es una escritora y tiene una relación problemática con su familia?
El tríptico de las partes de Rodrigo Fresán (con esa Penélope que es gran lectora de Cumbres Borrascosas y luego escritora), la saga Amgash de Elizabeth Strout (compuesta por My Name is Lucy Barton, Anything is Possible, Oh William! y Lucy By the Sea). Pero, en general, a mí no me gustan tanto los libros con personajes escritores (a excepción de los libros de Fresán). Quizás por eso acá dejé que Constance se asomara en las palabras de otros y fuera una figura bastante esquiva.
-Un consejo que le puedas ofrecer a las jóvenes autoras/es que quieren dedicarse a escribir cuento.
Lean mucho. Pero también vean muchas películas, escuchen mucha música, vayan a conciertos, a museos, salgan a caminar, no sé… De alguno de esos desbordes, de esas abundancias, saldrán cosas. Persigan sus obsesiones: por una ballena, como Ahab, o por un detalle pequeño en una película que nadie ha visto.
-¿Cómo fue la experiencia de la presentación en España de Todo lo que aprendimos de las películas por nadie menos que el grande Rodrigo Fresán?
Rodrigo Fresán es mi escritor favorito y un lector extraordinario, de verdad. Es un tremendo referente para mí. Además de ser una persona muy brillante y generosa. He aprendido un montón de su ficción y de sus columnas y reseñas. Fue un sueño que presentara mi libro en Barcelona.
-¿Qué viene ahora para María José Navia?
Yo siempre estoy escribiendo de a varios libros a la vez. Ahora estoy terminando una novela sobre El Mago de Oz que la escribí al mismo tiempo que Todo lo que aprendimos de las películas. También estoy bastante avanzada con una novela que continúa con el universo de “Panda” de Una música futura y sigo escribiendo cuentos, siempre.
*Foto de María José Navia por Isabel Wagemann