Por: Juan Tibanlombo http://www.hoy.com.ec/
«Verás, tengo dos noticias para ti: una buena y otra mala. La
mala noticia: voy a arrancarte las uñas de las manos o de los pies con unos
alicates. Lo siento mucho, pero está decidido. Ya no se puede cambiar (…). Y
ahora la buena noticia: te doy la libertad de elegir si te arranco las de las
manos o las de los pies. ¿Qué? ¿Cuáles van a ser? Tienes diez segundos. Si no
te decides, te las arrancaré todas. Las de los pies. Muy bien. Ahora mismo te
voy a arrancar las uñas de los pies. Pero antes quiero que me digas una cosa:
¿por qué las de los pies y no las de las manos?»
mala noticia: voy a arrancarte las uñas de las manos o de los pies con unos
alicates. Lo siento mucho, pero está decidido. Ya no se puede cambiar (…). Y
ahora la buena noticia: te doy la libertad de elegir si te arranco las de las
manos o las de los pies. ¿Qué? ¿Cuáles van a ser? Tienes diez segundos. Si no
te decides, te las arrancaré todas. Las de los pies. Muy bien. Ahora mismo te
voy a arrancar las uñas de los pies. Pero antes quiero que me digas una cosa:
¿por qué las de los pies y no las de las manos?»
Ese guión que parece sacado de alguna novela sobre las
dictaduras latinoamericanas es, en realidad, la charla con la que un
emprendedor, que ofrece servicios externos de formación empresarial,
inicia sus cursos de capacitación. Es Aka que, para tener éxito en su
negocio, dividió a las personas en tres grupos: los outcasts o
antisociales que no toleran las posturas constructivas y que son dejados de
lado inmediatamente; los que piensan por sí mismos, a los que hay que dejarlos
hacer, una clase de elegidos, y el grupo que recibe órdenes, que está en el
medio, y es integrado por el ochenta y cinco por ciento del conjunto total.
dictaduras latinoamericanas es, en realidad, la charla con la que un
emprendedor, que ofrece servicios externos de formación empresarial,
inicia sus cursos de capacitación. Es Aka que, para tener éxito en su
negocio, dividió a las personas en tres grupos: los outcasts o
antisociales que no toleran las posturas constructivas y que son dejados de
lado inmediatamente; los que piensan por sí mismos, a los que hay que dejarlos
hacer, una clase de elegidos, y el grupo que recibe órdenes, que está en el
medio, y es integrado por el ochenta y cinco por ciento del conjunto total.
El empresario Aka es uno de los cinco chicos que, en la nueva
novela de Haruki Murakami, forman una pandilla en el instituto que
estudiaron en Nagoya, que se desintegra cuando llegan a la universidad. Y toda
la novela se centra en esa ruptura, en deshilvanar el por qué Mister Red,
Mister Blue, Miss White y Miss Black expulsan del grupo a Tzukuru Tazaki, el
chico sin color que solo quería construir estaciones de trenes. Y la historia
se aclara mientras Tzukuru, instalado en Tokio donde su rutina es
nadar y trabajar, comienza una relación con Sara, una chica cosmopolita dos
años mayor que él.
novela de Haruki Murakami, forman una pandilla en el instituto que
estudiaron en Nagoya, que se desintegra cuando llegan a la universidad. Y toda
la novela se centra en esa ruptura, en deshilvanar el por qué Mister Red,
Mister Blue, Miss White y Miss Black expulsan del grupo a Tzukuru Tazaki, el
chico sin color que solo quería construir estaciones de trenes. Y la historia
se aclara mientras Tzukuru, instalado en Tokio donde su rutina es
nadar y trabajar, comienza una relación con Sara, una chica cosmopolita dos
años mayor que él.
Murakami vuelve al relato de la soledad -la pulsión de muerte que termina
en pulsión de vida-, de jóvenes profesionales castrados por una sociedad que
avanza más rápido de lo que ellos pueden, pese a esa obsesión por la salud, por
el cuerpo, por el éxito… También está el jazz y los viejos tocadiscos para
poner las tres suites para piano solo de Franz Liszt como música de fondo.
Porque el relato es el de los años de la peregrinación, la nostalgia por
la pandilla, por el pasado; es la tristeza que despierta la contemplación de un
paisaje bucólico. Y la historia termina con esa música de fondo. Con la
sensación de haber descubierto que la pandilla nunca fue. Y el protagonista se
queda esperando, como en casi todas las historias de Murakami.
en pulsión de vida-, de jóvenes profesionales castrados por una sociedad que
avanza más rápido de lo que ellos pueden, pese a esa obsesión por la salud, por
el cuerpo, por el éxito… También está el jazz y los viejos tocadiscos para
poner las tres suites para piano solo de Franz Liszt como música de fondo.
Porque el relato es el de los años de la peregrinación, la nostalgia por
la pandilla, por el pasado; es la tristeza que despierta la contemplación de un
paisaje bucólico. Y la historia termina con esa música de fondo. Con la
sensación de haber descubierto que la pandilla nunca fue. Y el protagonista se
queda esperando, como en casi todas las historias de Murakami.