Daniel Padilla
Todos los días la sombra del ahorcado me saluda.
Las líneas de mi cuello se anudan en la soga
que espejea vibrante bajo la viga más alta.
Escribo mi caída o mi equilibrio en ese temblor que cuelga del techo
y que nace de mis manos oscurecidas por el sol.
Me sostengo de la soga para conservar la cabeza,
me lanzo a este blanco vacío para que mis pies nunca toquen el suelo.