No. 6.859, Bogotá, Jueves 23 de Octubre de 2014
Réquiem por Alberto Piedrahíta Pacheco
Por: Ricardo Rondón Ch./ Tomado de “La pluma y la herida/ Bogotá/ Fragmento. La voz más auténtica y romántica de la radio, cuando la radio de época era justamente eso, tocada por el profesionalismo, la veracidad, la puntualidad y la elegancia de quien con sobrados méritos y licencia expedida por el Ministerio de Comunicaciones le otorgaba el crédito y la autorización de enfrentarse a micrófonos, se apagó a la edad de 83 años.
La voz de Alberto Piedrahíta Pacheco, el popular ‘Padrino’ del dial, perdurará en la memoria de quienes tuvimos la oportunidad de disfrutarla en sus alocuciones deportivas, como uno de los más dilectos y acertados comentaristas, en espacios de grata recordación como: ‘La Barra de las 12’, ‘Pase la tarde con Caracol’, ‘La Luciérnaga’, amén de sus transmisiones de ciclismo y fútbol; varios Tour de Francia, Vueltas a España, Giros de Italia; un récord en Vueltas a Colombia, pero también la cotidianidad del colegaje al calor de un tinto o de la bebida espirituosa que más le gustaba, el aguardiente, con el desparpajo, la chispa y la elocuencia que lo caracterizó.
‘El Padrino’, todo un almacén de anécdotas, venía aquejado de problemas del corazón. En marzo del presente año sufrió dos infartos, y a partir de ese capítulo, tanto su salud como su estado de ánimo, declinaron considerablemente. Su rutina tomó el giro obligado del médico en casa, los constantes controles, los frecuentes ingresos y salidas de la clínica.
De sus últimas apariciones en público que hizo el recordado maestro de la radio, fue al sepelio de su entrañable amigo Fernando González Pacheco, el 11 de febrero pasado, en la capilla del Gimnasio Moderno.
Como era su costumbre lucía impecable, de traje y corbata (decía que sólo se la quitaba los domingos y eso cuando se lo recordaba su fallecida esposa).
La partida de su cónyuge, doña Ligia Guevara, acabó por menguar el optimismo y el carácter jovial y dicharachero de quien hizo historia en la radiodifusión en Colombia, no sólo por la gravedad del tono y la dicción que lo hicieron célebre en cabinas, sino por la propiedad y el conocimiento que derrochó en el mundo de los deportes, en especial el ciclismo, su preferido, caballito de batalla de muchos kilómetros en carreteras locales e internacionales.