La poeta y narradora oral regresa a la Filbo para presentar su reciente obra para niños Agüela, se fue la nuna, un arullo al amor filial, a las tradiciones y la magia del Pacífico colombiano. Mary Grueso conversará con Claudia Morales.
Por Jefferson Echavarría
Tumaco, la perla negra del Pacífico colombiano, extiende sus luces misteriosas sobre los amplios senderos. Entre currulaos nocturnos y juegos de conchas de almeja, de piangua, de pateburro y de ostión, empieza su acostumbrado concierto de revelaciones apenas la tarde esconde las ruinas del abandono. Es el momento mágico en el que un pálido resplandor acoge el lamento de la abuela Aleida quien, al mover su cuerpo sobre la mecedora, vence los fantasmas del pasado a medida que sus gruesas manos tejen punzadas de amor.
La luna, espejismo de la noche, proyecta su faro con luminosa paciencia por todos los rincones de la perla negra hasta plasmar su retrato en el pozo. Sobre aquel espejo de agua, el niño Andrés se convierte en el primer testigo de un bello espectáculo. Es tanta la emoción que siente, que sus pies desnudos se apresuran hacia donde está su abuela y, con infantil perplejidad, interrumpe el lamento ancestral para anunciar el milagro de la nuna. La confusión se dibuja en los ojos de la agüela Aleida al ver que su nieto Andrés, con su mano diminuta, la lleva a la porción de agua donde el lívido reflejo emite un brillo imponente.
La abuela comprende cuál es el único problema que aqueja a su nieto: se le dificulta decir la palabra mágica luna. Por eso emplea varios esfuerzos para tratar de corregirlo; mas es inútil, en el lenguaje infantil de su nieto Andrés sólo existe nuna para definir aquel haz misterioso. La magia nocturna prontamente hace su aparición en medio de susurros que impregnan la perla negra. La tranquilidad, al parecer, los envuelve en un extraño silencio. Sin embargo, en el corazón del niño no deja de haber inquietud. No despega la mirada en aquel espejo de agua. Ha ignorado por completo la sabia lección de su agüela por tratar de agarrar con sus manos la nuna que colorea de blanco el extraño reflejo. Pero no puede. Por más que trate de aferrarse a ella, la nuna (su nuna) se quiebra en pedazos y, sin perder el brillo, su imagen se distorsiona en círculos temblorosos que tardan en revivir su estado inicial.
Andrés regresa consternado a donde su agüela y, en su afán por resolver la tragedia resplandeciente de la nuna ajena, pronuncia un lamento más agudo, casi desesperado. Cree que su nuna se ha dañado dentro del pozo. Al tomar nuevamente la mano de su agüela, Andrés le muestra el mismo espectáculo que decora el espejo: la luna quebrándose entre fragmentos de ondas que irradian estelas rotas. Las manos ligeras de Andrés no dejan de aferrarse a la luz que ilumina todo Tumaco. Ahora la desesperación que dibuja su rostro no solamente se produce por el triste reflejo, sino también adopta el mismo gesto de varios tumaqueños que, quizás, también esperan aferrarse a las luces de su pasado arrebatado y sólo se consuelan con los lamentos cotidianos, tan parecidos a los que entona la abuela Aleida.
Ante esta desesperación, la abuela (o agüela como tiernamente se entona en los labios de su nieto) se convierte en la esperanza del niño Andrés. Está a punto de llevarlo a su primer viaje onírico con un bello canto antes de que la luna se esconda tras el telón de nubes y la lluvia asome su temible rostro. Es el conjuro preciso donde el amor, al amparo del regazo familiar, mece en mágicos susurros un canto nocturno para emprender una travesía al mundo de la imaginación infantil. El lugar es encantador, pues allí es donde la nuna nunca muere ni se destroza, y donde, para alcanzarla, es necesario construir escaleras de concha que sean capaces de atravesar toda una constelación y acercar a todos los niños de la perla negra al paraíso de la nuna eterna.
Entonar los lamentos tumaqueños, conocer la verdadera luna y explorar los secretos del Pacífico colombiano en unas cuantas páginas es casi tan bello como abrir el pozo misterioso del niño Andrés. Es conocer San Andrés de Tumaco a través de un espejismo de agua y soledad. Es contemplar el cielo, el río y las casas en ilustraciones coloridas de Carolina Garzón Blanco que se complementan con un currulao conmovedor compuesto por la poeta Mary Grueso Romero. Es habitar la luna en versos del ayer que destilan dolor, pero al mismo tiempo alimentan la esperanza.
Evento en la Filbo
Agüela, se fue la nuna: amor, poesía y evocación
Día: jueves 18 de abril, 4:00 p. m.
Lugar: Sala Jorge Isaacs (Corferias)
Mary Grueso Romero conversa con Claudia Morales alrededor de un hermoso canto a la tradición oral, la infancia y los personajes más auténticos de nuestro Pacífico colombiano. En esta obra, Mary Grueso rescata los lazos únicos de complicidad que se entretejen entre una abuela y su nieto a través del juego y la sabiduría.
*Imágenes de este texto son cortesía de Panamericana Editorial.