Reseña. El barrio de los sueños enterrados

Reseña de Las primeras cosas, novela ganadora del Premio José Saramago (2015). Traducción de Juan Fernando Merino y edición de Panamericana Editorial.

Por: Jefferson Echeverría Rodríguez*

Siempre se ha sabido que, en el regreso, los fantasmas de las nostalgias nos esperan, implacables, para provocar estragos en la memoria. El tiempo, su más cercano cómplice, suele mantener un pacto silencioso con los acontecimientos del pasado para después acusarnos de ingratitud en el presente. No solamente esta impresión infalible ocurre en los tangos melancólicos de Gardel (“volver con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien”) sino también en obras tan entrañables y muy bien escritas como la del novelista portugués Bruno Vieira Amaral (“porque las primeras cosas ya no lo son”). Solo nos queda abrir las compuertas del ayer y tratar de escarbar, entre imágenes nítidas o difusas, los restos de aquel lugar donde fuimos alguna vez eso que soñamos con tanta devoción, y hoy tan sólo conservamos sin vigor una parte deteriorada.

En Las primeras cosas, novela ganadora del Premio José Saramago en el año 2015, el regreso accidental de un Bruno derrotado por las adversidades, revive un instinto de cercanía a ese barrio donde una vez creció en medio de miserias, asesinatos, desapariciones, escándalos y amores profanos; y donde, al haberse marchado en años anteriores con cierto aire de orgullo, juró nunca más regresar. Pero al padecer la separación de su mujer y el drama del desempleo, debe sumergirse otra vez en las cenizas de ese pasado que ya lo consideraba ajeno a sus posibilidades, para adaptar su vida a un paréntesis crucial mientras trata de reorganizar su porvenir a otra condición más o menos digna.

Cuando acude a regañadientes a la casa de su madre, intenta dejar atrás la vergüenza de su despido y la ruptura inevitable de Sara, su mujer. Pero lo que nunca espera es que, durante ese trance, los espectros del barrio Amelia siempre lo han acechado con recelo implacable para revelarle el misterio que se esconde detrás de su miseria, el destino infeliz de sus vecinos y la evolución triste de algunos lugares donde su grandeza de antaño, hoy tan solo parece un registro de vagos o poderosos recuerdos.



La aparición de Virgilio, un pintoresco fotógrafo que ha soportado sin gloria los flagelos del tiempo y que, al igual que muchos vecinos del barrio, están condenados a vivir en este limbo repleto de edificios, callejones y pasados arruinados por el peso de la resignación, se convierte prácticamente en un verdadero guía que lleva a un Bruno desolado al descubrimiento de esas sombras que todavía claman en forma de ecos trepidantes por los alrededores de las casas.   

Este ejercicio de reconocimiento acerca de las intimidades que se forman tanto en los habitantes como en aquellos lugares comunes, permite también construir una identidad, quizás perdida en el tiempo y en las circunstancias, en alguien tan atribulado como Bruno. Gracias a esta nueva tarea, en Bruno se fortalece un nuevo vínculo que lo va envolviendo continuamente en una obsesión por explorar cada tragedia repleta de voces y rostros. Es en estos pasajes donde un lugar no solamente se muestra como una periferia más de Portugal, sino se convierte en la viva representación de historias cuyos destinos se ciernen en el eterno dilema de morir tranquilamente o de soportar el desvanecimiento de la grandeza por un obligatorio sentido de subsistencia.


Es una obra que teje secretos a través de las penurias ocurridas en un barrio marginal. En cada suceso revelado, la miseria toma una grandeza peculiar que logra desentrañar en todos los lectores, de una u otra manera, un interés constante por escuchar esa sutil, poética, vibrante, demostración de memoria:

Una adolescente de talento oculto para la poesía, extiende su inmortalidad cuando desaparece para siempre sin dejar rastro de su paradero. Una mujer que no repara en esa moral de la que tanto habla la lejana civilización, y toma la mejor decisión de ayudar a aquellas vecinas que aún no están preparadas para cargar con el peso de ser madres cabezas de hogar.

Una promesa en el fútbol que ve frustrado sus sueños en primera división por los designios de la pobreza y el infortunio; y decide sepultar la poca energía que le queda en esa vaga contemplación dirigida a ese campo de juego donde antes solía ser el centro de todas las miradas, y las expectativas de triunfo resonaban en medio de vítores y aplausos provocados por un público insaciable de espectáculo. Un malandrín de poca monta cuyo sueño de comprarle una casa a su madre justifica una destreza auténtica para cometer actos indebidos que han creado en él la fama de alguien desorientado y suspicaz. 

Una familia que, pese a estar azotada por la ruina, no aleja de su rostro esa extraña felicidad, aun sabiendo que cada vez procrean con esmero y su necesidad abunda descomunalmente: ni siquiera una tragedia inesperada les arrebata su manera optimista de concebir la vida. Plazas de mercado invadidas por los gritos que insinúan toda clase de productos, carnicerías atendidas por amantes de las vísceras y de la música heavy metal, la ferretería donde la memoria de un patriarca se pierde entre lagunas mentales, la playa lejana donde se alcanza a presenciar el breve esparcimiento de los vecinos, los suculentos platos que abren el apetito de todos los visitantes ávidos de condimentos, guisos y exóticos menús, son algunas de las vastas referencias que componen este lugar acogedoramente desolado.

Gracias a la traducción de Juan Fernando Merino y con la edición impecable de Panamericana Editorial, la incursión de esta narrativa nos permite asemejar Amelia con cualquier barrio popular donde hemos crecido y, por situaciones implícitas del azar, tuvimos que abandonar, dejando atrás todas esas primeras cosas que hoy por hoy alimentan nuestra nostalgia; o peor aún, todavía estamos condenados a soportar su cambio lento y sin gracia, pero con sucesos que sobreabundan en medio de hechos extraordinarios similares a los que nos expresa el derrotado Bruno. Prácticamente con esta obra podemos concluir que los espectros de Amelia se encuentran en todas partes y por esta razón hace que cada vez nos familiaricemos en sus diversas facetas de miseria, de la misma manera que nos identifiquemos con sus casas, rostros y muertes.   

*Docente de lengua castellana y lectura crítica.