Ser uno mismo, exclusión y exterminio

#DesdeunLugarsinNombre

Por: Álvaro Mata Guillé*

La convivencia social requiere, para que sea posible, de un “contrato” que garantice la singularidad que hace de cada uno (el vos, el yo, el tú) una persona, es decir, que lo individual, lo particular, nuestra voz, pueda ser y existir; contrato, que a su vez, es el basamento de la sociedad plural, permitiendo lo diverso, que cohabite lo diferente, que haya disentimiento y sentido crítico, que nos sea posible ser otro.

La confirmación diaria de ese pacto, de esa apuesta que enlaza el coexistir con la persona, da sentido a la convivencia, siendo la libertad, el poder expresarse, la igualdad o lo equitativo, los basamentos con los que la sociedad instituye que un alguien pueda ser alguien, materializando la posibilidad que cada persona sea persona y no una sombra, un despojo, una máscara, de tal manera, que las manifestaciones y la expresión humanas encuentra su razón de ser en lo diverso y no en lo monolítico; en la equidad y no en el abuso o la imposición; en el disentir y no en el proceder del fundamentalista, el dictador o el totalitario, que ocultan, con sus miedos, castraciones e intolerancia, con sus carencias y limitaciones, el odio hacia sí mismos y el desprecio a los demás.

Impedir lo subjetivo implica, de manera directa, la censura, mutilar, negar lo individual; imponer una conducta, una manera de ser, una sola verdad que pretende, con su visión monolítica, la existencia de una sola realidad    


Hay una relación intrínseca entre nuestra existencia y la sociedad plural, puesto que el alimento de la pluralidad nace de lo subjetivo, de la percepción convertida en imágenes llevadas al pensamiento, en las manifestaciones del sentir que nos hace ser nosotros, tener una voz, un rostro, una piel, un deseo, ser los dueños de nuestra intimidad, la que se expresa en los ecos y ardores que invaden nuestros secretos y los monólogos que acarrean nuestras vivencias, sabiendo desde ahí, desde ese lugar que da contenido a la existencia, que conlleva en sí misma la posibilidad de manifestar nuestros adentros, como lo hace la poesía vinculándonos a la otra voz o el teatro, que cada uno es el otro y que el otro está en nosotros, que en nosotros convive lo diferente, que nos posee la extrañeza.

Impedir lo subjetivo implica, de manera directa, la censura, mutilar, negar lo individual; imponer una conducta, una manera de ser, una sola verdad que pretende, con su visión monolítica, la existencia de una sola realidad, la que excluye al que no es -ni siente, ni piensa- como nosotros, dirigiendo -siendo cómplice, promotor, activista o verdugo- del patíbulo, la tortura o el exterminio. Basta hacer un recorrido por la historia, un recuento de hechos y enumerar las diversas formas de exclusión, las distintas formas de suprimir, como lo hecho a las mujeres declaradas brujas, llevándolas a la tortura o a la hoguera; con los negros e indios tratados como esclavos, animales de carga o bestias; a los que pensaron diferente o visualizaron distinto, desollados, mutilados; a los que osaron levantar la voz, proclamar otro gusto, otro sentir, otra sexualidad, saberse otros, declarados parias, anormales, linchados, muertos, ejemplos muchos que develan el horror y los sustratos que dan forma a la barbarie; que dejan en evidencia nuestra intolerancia, la esterilidad de lo único y nuestra sed de odio.

Dilucidar el sentido de la convivencia nos define, como también puntualizar el significado de lo individual define nuestra perspectiva de sociedad y del otro, nos enfrenta con nuestros miedos y censuras, ver las mutilaciones de nuestros adentros y asumir o no la diversidad que nos hace ser, la posibilidad de ser otro, de poder ser uno mismo.

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ÁLVARO MATA GUILLÉ

*ÁLVARO MATA GUILLÉ.

Poeta, ensayista, gestor cultural, dramaturgo. Coordinador general del Corredor cultural Transpoesía. Leer más AQUÍ
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