Por: Darío Zalgade*
Últimamente conversamos cada vez con más frecuencia sobre la nueva generación de autoras y autores de América Latina. Figuras ya tan consolidadas como Andrea Jeftanovic, Edmundo Paz Soldán, Mariana Enríquez o Juan Pablo Villalobos van compartiendo gradualmente su espacio con toda una eclosión de nuevas voces nacidas a partir de los ’80 del pasado siglo, un conjunto extraordinario de autoras y autores donde no cesan de aparecer más firmas, obras, referencias y prismas desde los que interpretar un panorama literario que no cesa de renovarse.
Si elegimos el prisma del pensamiento transnacional, para comenzar con uno, encontramos que las autoras y autores de esta generación se mueven cada vez más libremente por entre las fronteras iberoamericanas. Alia Trabucco Zerán (Santiago de Chile, 1983), por ejemplo, aprendió junto a Lina Meruane en la New York University y se está doctorando en el University College de London. Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983), que durante su infancia y adolescencia vivió en lugares tan dispares como Sudáfrica, India o Corea del Sur, es magíster en Teoría Literaria por la Columbia University y reside en Harlem, no lejos del antiguo apartamento de Gilberto Owen. Constanza Ternicier (Santiago de Chile, 1985) dio el salto desde la PUC para doctorarse en Barcelona, Liliana Colanzi (Santa Cruz, 1981) está haciendo lo propio en Cornell, Carol Bensimon (Porto Alegre, 1982) se aventuró hasta la Sorbonne, y Ana Negri (Ciudad de México, 1983) escribe su tesis en Montréal.
Si elegimos, entonces, el prisma de la formación académica, es fácil de ver también que se trata de una generación extraordinariamente preparada donde cabe sumar a las magíster Brenda Lozano (Ciudad de México, 1980), Daniela Camacho (Sinaloa, 1980), María José Caro (Lima, 1985), Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) y a muchas, muchas otras autoras más. Pensamiento transnacional, entonces, y amplia formación académica son dos prismas más que válidos desde los que leer a estas nuevas figuras, pero quizá lo esté caracterizando por sobre todo a esta generación tan brillante no sea ninguno de esos dos rasgos —aunque sigan estando muy presentes—, sino, y especialmente, la rotunda fuerza histórica con que están emergiendo las voces de las mujeres dentro del campo literario contemporáneo.
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Valeria Luiselli |
Parece más que evidente que las mujeres son hoy, ya, y de forma indiscutible, las más que justas conductoras de esta nueva etapa de la literatura latinoamericana. Pienso que esto constituye un momento histórico sin precedentes en nuestro campo cultural, y pienso que quizá no somos del todo conscientes del privilegio extraordinario que nos supone vivirlo
A poco que cualquiera abra apenas los ojos en una librería podrá ver que definitivamente están siendo ellas, al fin, las abanderadas con el peso y el liderazgo creativo de un horizonte literario que viene indiscutiblemente signado por su talento y su voz, y esto es algo tan diáfano que sorprende que haya quien no esté dispuesto a darse cuenta todavía. Dejando a un lado los catálogos anticuados de determinados sellos editoriales —poco propensos a hacer lugar a las nuevas voces, y, por ende, marcados todavía por una hegemonía masculina más bien propia de un par de generaciones atrás—, hace apenas unos meses nos encontrábamos con la ya infausta lista del Bogotá 39-2017 —sucesora de la también desafortunada Bogotá 39, ambas a cargo de Hay Festival—, que por alguna razón se había autopropuesto elegir a «los mejores 39 autores menores de 39» de toda América Latina. Amiguismos aparte, el resultado fue un conjunto incomprensible de 26 autores y sólo 13 autoras donde quedaban excluidas no sólo gran parte de las figuras mayúsculas que están indicadas varias líneas más arriba, sino incluso algunas voces tan claramente obvias para un festival bogotano como, por ejemplo, la de Margarita García Robayo (Cartagena de Indias, 1980), quien está siendo desde hace años una de las principales referencias de su generación. Podría pensarse que este ‘olvido’ fue casual, pero es que, de nuevo, hace apenas unas semanas la propia Margarita quedaba relegada de una delegación de escritores organizada por el Ministerio de Cultura de Colombia para representar al país en Francia. En una muestra de machismo aún más flagrante que la de Hay Festival, la lista que había confeccionado el ministerio dejaba afuera a todas las escritoras colombianas y enviaba a Francia una expedición íntegra de diez hombres que desató una tremenda ola de indignación en el campo literario y cultural latinoamericano, donde, por fortuna, la revista Arcadia alzó rápido la voz con un manifiesto[1] firmado por más de cuarenta de las escritoras excluidas, hermanadas luego en la protesta contra ese sexismo anacrónico que sigue tan arraigado en tantas instituciones culturales a lo largo y ancho de América Latina, Portugal y España.
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Margarita García Robayo |
Listas nefastas como la del Ministerio de Cultura de Colombia o la de Hay Festival nos traen, al menos, la oportunidad de concienciarnos sobre hasta qué punto es necesario el movimiento feminista en el campo cultural, y, además, ponen también sobre la mesa una discusión sobre literatura contemporánea que en la última década venía estando demasiado tibia, calma como agua en un plato. Lo cierto es que las nuevas voces que poco a poco han estado incorporándose al mercado editorial y que lo vienen modificando de unos años para acá no han estado encontrando la justa contraparte del eco y el diálogo crítico que ameritan sus obras, de forma que en el último lustro han sido muy pocas —y muy ignoradas— las crónicas culturales que se han aventurado a considerar a estas nuevas voces en tanto que colectivo diferencial. Más o menos desde los años 2000 hasta hoy, la literatura latinoamericana contemporánea parecía condenada a orbitar siempre en torno a los Mario Bellatin, Samanta Schweblin, Jorge Volpi y diez o quince grandes nombres más —sin que esto implique ningún demérito literario con respecto a ninguno de ellos—, y sólo en fechas muy recientes el nuevo y amplísimo conjunto de voces que las suceden ha comenzado a hacerse visible después de siete o diez años de un injusto silencio mediático que sólo ahora, por fin, comienza a quebrarse y a quedar felizmente atrás. Iniciar esta transición no ha sido fácil, sin embargo, y gran parte de este quiebre ha podido darse sólo gracias a que todo un conjunto de nuevas editoriales latinoamericanas ha logrado hacerse fuerte en una apuesta lúcida por las nuevas voces. Esta apuesta renovadora les está permitiendo ganar terreno a otros sellos de mayor recorrido, donde ahora, después de una década de estancamiento, resulta difícil encontrar a alguna voz menor de cuarenta o cincuenta años, con el consiguiente envejecimiento de su franja de lectura. Frente al desgaste de esos catálogos, propuestas a futuro como las de Sexto Piso (México), Jeckyll & Jill (Argentina), Blatt & Ríos (Argentina) o Hueders (Chile) están siendo ya sinónimos de literatura fresca no sólo en sus respectivos países de origen sino también aquí, en España, donde están atrayendo para sí a todo un conjunto de nuevas lectoras y lectores que no pueden encontrar en los sellos más antiguos a una sola referencia generacional que les interpele. En paralelo, además, todo un segundo foco de editoriales como Alto Pogo (Argentina), Laguna Libros (Colombia), Almadía (México) o Patuá (Brasil) están siguiendo la misma la estela como referentes de la literatura joven más independiente a escala nacional, apropiándose de nuevo de gran parte del espacio que las editoriales tradicionales no han querido, o no han sabido, aprovechar hasta la fecha.
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Liliana Colanzi |
A poco que cualquiera abra apenas los ojos en una librería podrá ver que definitivamente están siendo ellas, al fin, las abanderadas con el peso y el liderazgo creativo de un horizonte literario que viene indiscutiblemente signado por su talento y su voz, y esto es algo tan diáfano que sorprende que haya quien no esté dispuesto a darse cuenta todavía
Dentro de un cambio de sesgo tan amplio, entonces, la cantidad de nuevos nombres y propuestas de lectura es lógicamente inmensa. El creciente entramado en red de las nuevas autoras y autores favorece su fuerza colectiva y desalienta las figuras individuales aisladas que caracterizaron, en parte, el panorama literario de las décadas anteriores, de forma que en el México actual, por ejemplo, los nombres de Valeria Luiselli, Brenda Lozano o Laia Jufresa (Ciudad de México, 1983) aparecen con frecuencia muy próximos entre sí en diferentes antologías y propuestas literarias, mientras que en Argentina las figuras emergentes de Natalia Rozenblum (Buenos Aires, 1984), Carolina Giollo (Haedo, 1982) o Luciana Reif (Avellaneda, 1990) —reciente ganadora del premio Loewe de Creación Joven— tampoco están muy distantes unas de otras, y así sucesivamente en la mayoría de las capitales y nodos culturales de América Latina. Dentro de esta línea de lectura, además, ameritan un especial aplauso algunos proyectos aglutinadores que están surgiendo países donde la tradición editorial históricamente siempre ha sido muy exigua. Esto lo ilustran como pocos los ejemplos de Ecuador y Uruguay, donde encontramos los trabajos de visibilización de las recientes antologías 22 mujeres 3 (Irrupciones, 2017) y Nuevas narradoras ecuatorianas (El Conejo, 2017), dos proyectos separados donde, sin apenas recursos económicos, Irrupciones y El Conejo consiguieron divulgar la obra de hasta treinta y nueve autoras jóvenes como Lorena Giménez (Stockholm, 1977), Josefina Piñeirúa (Montevideo, 1988), Sofía Ponce de León (Salto, 1990), Andrea Armijos Echeverría (Quito, 1996), Abril Altamirano (Quito, 1990) o Marcela Ribadeneira (Quito, 1982), cuya literatura, de otro modo, habría sido muy difícil que se diera a conocer.
Lucía Marín (Granada, 1985) es testigo de que la idea general y el compromiso que me habían pedido que asumiera para este artículo eran los de trabajar a cinco o seis autoras contemporáneas de América Latina, no más, para tratar de plantear con ellas un reparto más o menos representativo entre los diferentes epicentros del campo literario latinoamericano contemporáneo. Pienso, sin embargo, que asumí un propósito muy difícil de cumplir. Es conocida mi afición por destacar la obra de Valeria Luiselli allá donde puedo, sobre todo en función del aporte que libros como Papeles Falsos o Los ingrávidos incorporan en torno a la metaficción y la intertextualidad en un campo literario que poco a poco se va sintiendo más y más suelto en su autorreflexividad y su diálogo interautorial. Pero es que también son insoslayables el impacto mediático de Lolita Copacabana (Buenos Aires, 1980), la narrativa impecable de Claudia Ulloa (Lima, 1979) o la fuerza poética de Yuliana Ortiz (Esmeraldas, 1992), por citar solamente a tres ejemplos. Yuliana, además, es una de las nuevas voces más comprometidas con el feminismo, la creación de colectivo literario y la visibilización de las nuevas autoras y autores, una labor que en gran parte lleva a cabo desde su revista digital El Cráneo de Pangea, que es una de las muchas cuya efervescencia también habría cuanto menos que mencionar. Ahí está, entonces, el trabajo de Julia Raiz (São Paulo, 1991) con Tótem & Pagu, el de Inés Kreplak (Buenos Aires, 1987) desde la Red Federal de Poesía, el de Clared Navarro Cejas (Valencia, 1992) con La Caída, el de Ileana Bolívar (Bogotá, 1980), el de Gabriela La Rosa (Caracas, 1993), el de Lisa Alves (Araxá, 1981), y así podríamos seguir, seguir y seguir. Bien sea como autoras, comunicadoras, editoras o todo a la vez —caso de Julieta Marchant (Santiago de Chile, 1985)—, parece más que evidente que las mujeres son hoy, ya, y de forma indiscutible, las más que justas conductoras de esta nueva etapa de la literatura latinoamericana. Pienso que esto constituye un momento histórico sin precedentes en nuestro campo cultural, y pienso que quizá no somos del todo conscientes del privilegio extraordinario que nos supone vivirlo. La confluencia global de tantas autoras tan tremendamente formadas, viajeras, autoconscientes y con talento me parece un acontecimiento único que ya está marcando un antes y un después en nuestra forma de leer, pensar y sentir, y por eso creo que este nuevo paradigma está llegando para quedarse, que los cambios que trae son rotundamente para mejor, y que debemos celebrar, estudiar y defender el horizonte cultural tan hermoso se extiende ante nosotros en los años que tenemos por venir.
*Este artículo fue publicado originalmente en la revista Librújula (enero 2018) www.librujula.com
Darío Zalgade. Sígalo en @Zalgade. Es Licenciado en Letras Modernas (UNC) y Máster en Literatura Comparada i Estudis Culturals (UAB). Colabora regularmente en las revistas Quimera y Oculta Lit, y administra la plataforma Liberoamérica. Se especializa en el estudio de la literatura latinoamericana contemporánea y el análisis estructural de la identidad.
[1] http://www.revistaarcadia.com/noticias/articulo/mujeres-escritoras-colombianas-protestan-discriminacion-politica/66572