Texto enviado por Verano Brisas.
Cuando James Yoyce puso en boca de “Molly Bloom´s” su monólogo interior, sentó un precedente incomparable en la forma de hacer literatura. La fuerza expresiva de esta mujer inteligente y non sancta, es un ejemplo de cómo un escritor con talento, además de culto, es capaz de subvertir la puntuación y la ortografía (excluyéndola o cambiándola) sin que el texto pierda nada, o dicho de otra manera, gane mucho.
Igual puede decirse, por ejemplo, de Gabriel García Márquez en el “Otoño del Patriarca”. Quienes han leído estas dos obras con la debida atención, podrán corroborar lo que aquí defiendo, no siendo este par de maestros los únicos que han incursionado en el terreno de las contravenciones gramaticales. Ambos textos se leen con pásión, sin que el lector pierda en ningún momento la emoción ni el hilo de la historia.
Quizás por tales resultados, muchos escritores en cierne o ya medio posicionados en los círculos intelectuales, quieren emular y hasta superar a los mejores. Como deseo es legítimo, pues se debe aspirar a presidente para llegar a policía, según reza el refranero popular. Otro asunto es lograrlo. Para eso son necesarias unas cualidades que no todos poseen, aunque por norma general cada nuevo escritor se piensa insuperable. Así vemos a muchos haciendo malabares con la ortografía y la puntuación. Eso sin hablar de sintaxis, prosodia, etimología, acepciones y demás propiedades idiomáticas.
La mayoría de los impugnados en estas líneas son personas ignorantes y perezosas mentalmente, que sueñan con engañar a sus lectores haciéndoles ver una revolución inexistente, plasmada en su manera de escribir. ¡Nada de eso! Su falta de rigor, su desgreño al redactar y su irresponsablidad profesional saltan a la vista desde la primera letra, aunque su pretensión sea descubrir el agua tibia, como generalmente les ocurre a quienes piensan que el mundo empezó con ellos.
Es preferible ceñirse a la redacción y gramática elementales, a intentar aparecer como genio innovador en materias sobre las que no hay dominio. Los textos deben ser de fácil lectura aunque el contenido sea profundo, o tal vez por ello. Y para eso se necesita un autor responsable y respetuoso de su público. No es lo mismo una i con tilde que sin ella; una u con diéresis que sin ella; una n con vírgula que sin ella; una palabra entre comillas, que sin ellas; una frase entre parétesis o corchetes que sin ellos; una palabra en itálica que de otra manera; una oración entre guiones que sin ellos. No es lo mismo punto seguido que punto aparte (los suspensivos nos sugieren otras cosas); ni coma que punto y coma. Y así sucesivamente.
¿Cuánto agradecen los lectores que un escritor piense en ellos en el momento crear sus novelas, cuentos, ensayos o poemas? No lo sé. Lo que sí aseguro es que cuando descubro un supuesto prodigio intentando meterme gato por liebre, lo dejo ipso facto, pues no estoy dispuesto a perder mi tiempo con tales culebreros, mientras la gran literatura espera silenciosa en los anaqueles de las librerías y las bibliotecas. Soy un convencido de que escritores y lectores nos debemos respetar.