Su Reverencia

Por: Carlos Vicente Sánchez H.
Mauricio Jaramillo llega a la literatura con una primera novela a la edad adulta, cuando las canas ya cuentan su historia, cuando el lanzarse al vacío de una novela ya no es un salto suicida, sino un vuelo tormentoso y delirante. Saramago esperó también, así como otros escritores como Daniel Defoe quien escribió Robinson Crusoe, a los 59 años, Frank Mc Court con las Cenizas de Ángela a los 66 años, o el Marqués de Sade que después de pasar 27 años en la cárcel, publicó a los 51 años Justine. Autores que iniciaron en ese descenso obligatorio su camino a la ascensión.
Me detengo en el Marqués de Sade porque Mauricio y él tienen mucho en común, o al menos los une el sexo, como elemento delirante y desacralizado. Esta novela bien refleja el delirio de la redención, tan propio de nuestra Latino América a veces condenada que busca en la magia y en los milagros un sentido perdido en medio de la violencia y la locura.
Mauricio es filósofo, militó en la izquierda y su acento burgués solo camufla, de manera soterrada, las intenciones que se delatan en su libro. Al igual que Sade, estuvo encarcelado, y tuvo que padecer el rigor de los muros y tratar de encontrar en ellos los personajes que le acompañaron y trasegaron libres en sus páginas hasta que encontraron su destino. Sade y Mauricio descubrieron en el sexo el grito eufórico de libertad y así lo dejaron plasmados en sus obras, con notorias diferencias, por supuesto, pero es en el sexo que ambos hallan el camino perdido.
Su Reverencia es un grito rebelde contra la institucionalidad religiosa, política y de familia, delatando esa doble moral que ha afectado a nuestras generaciones, que ha reprimido sus deseos sexuales y su animalidad hasta ceder a ella de manera tempestuosa. Quizás la violencia que él bien narra, en medio del contraste que ofrecen los paisajes descritos de manera enriquecedora y amplia, en medio de los conflictos que se padecen hoy día, son la fiel muestra de que acá habita el infierno y el paraíso y que ambos se entraman en los espíritus de los personajes que nacieron en la novela. Solo un hombre que ha podido trasegar por los lados de la izquierda y fue interrogado hasta las tripas podría escribir la historia de un sacerdote ultra conservador hacedor de milagros que trata de encontrar la redención con una metralleta colgada en su torso.
Juan Crisóstomo se llama este hombre que inicia su periplo por los vericuetos de la religión tras comprobarse su capacidad de hacer milagros, salvar cultivos de papas y enfrentarse a las tempestades, para caer luego entre las delicias del sexo.
En su instancia en un pueblo miserable, desértico y fantasma, más parecido a Comala, pero que carece de nombre, cosa que considero imperdonable, porque los infiernos deben ser bautizados para exorcizar o invocar sus encantos, conoce a un alcalde Lobo, melenudo y obsceno, corrupto y sediento, a una virgen que ha parido dos hijos, a un ladronzuelo que se hace millonario, hombre desgraciado, cuya suerte es una caída vertiginosa que encuentra freno en esa idea de la fe que él mismo construye al lado de Crisóstomo, aquel cura que sueña revelaciones y busca su destino entre un mundo místico creado por nuestro escritor, quien no hizo sino beber de nuestra realidad mágica, tan propia de una Latino América, que según Junot Díaz en la Maravillosa Vida Breve de Oscar Wao “ Padece las maldiciones del Fuku, resuelve todo sortilegios y contras y sufre las embestidas de la fe”
Es una obra marcada por el fanatismo religioso de sus personajes atormentados, tanto que una mujer enferma de moralidad, comete un horroroso crimen en aras de las buenas costumbres conservadoras, resistiéndose a los gritos y jadeos de su hija cuando es poseída por su nuero, cuyo único pecado pareciera ser el de haberse convertido en un buen amante. Las llamas arden en medio de las páginas, el sexo es narrado con cierta exquisitez que nos hace sentir pecaminosos, así como debe narrarse lo erótico, para luego empujarnos a la violencia cotidiana, a la envidia, a los celos, a esas pasiones mucho más mundanas que el placer.
Solo es en la violencia que pareciera resolverse ciertos conflictos, pero ¿qué se va a hacer? Esa ha sido la historia de esta Latino América que renunció al amor para bañarse en sangre, esa ha sido la realidad de la que bebe Mauricio, quien no escatima esfuerzos en transitar los mitos, las brujas, la madre monte, los milagros, y todas esas formas tan nuestras de escaparnos de nosotros mismos. Uno al final podría concluir que no habrá un sacerdote, por milagroso que sea, capaz de sobrellevar el peso de nuestros desmanes, u olvidar los pecados con los que construimos nuestras naciones.

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