Ha pasado un siglo desde la publicación de La montaña mágica, una de las obras cumbres del escritor alemán Thomas Mann, y del pensamiento universal. Al releer su obra encontramos que Mann escribió para todas las épocas, y que las preocupaciones sobre el alma humana y los destinos de esta idea que hemos llamado Occidente, siguen latentes cien años después a la sombra de dos guerras mundiales, dictaduras, revoluciones, e incluso ante la aparición de tecnologías digitales y sociales. ¿Dónde queda Occidente ahora? ¿Qué queda para todos nosotros ante las trampas y los comercios del progreso? Mann parece haberlo señalado desde hace un siglo.
Por Juan Fernando Aguilar*
Han pasado cien años desde que el escritor y nobel alemán Thomas Mann publicase La montaña mágica en 1924, donde expondría, entre otras variables estilísticas y filosóficas, las contradicciones de Occidente, de un ideal que se abocaba lenta y decididamente hacia la Primera Guerra Mundial y hacia todos los totalitarismos que poblarían la primera mitad del Siglo XX. Al sol de hoy, ante el culto por la contemporaneidad, las tecnologías del saber, la arrogancia moral y las diversas guerras en el mundo, cabría preguntarse: ¿Todavía podemos hablar del ideal occidental de la libertad, la igualdad y el progreso?
Mann sostuvo siempre que la cultura debía ser defendida a toda costa, que las artes, en especial la literatura, debían ser protegidas para evitar la crueldad y la caída de la civilización. Si bien la mayoría de su obra se ambienta en Europa, novelas como Las cabezas Trocadas y la tetralogía de José y sus hermanos transcurren en otros territorios y aun en otros tiempos míticos, como si quisiera exponer el crisol de toda una humanidad que no ha sido capaz de entenderse. En La montaña mágica encontramos al joven Hans Castorp en un sanatorio en Davos, Suiza. El tiempo parece haberse detenido, aquel tiempo vital tan imprescindible por fuera de las montañas, en las ciudades y caminos, es apenas un espejismo que puede ignorarse entre banquetes, licores finos, e interminables charlas burguesas mediadas por la fiebre y el buen gusto. Mann plantea una enfermedad y una ignorancia casi deliberadas, pues mientras Hans Castorp se entrega a la contemplación, el mundo de abajo se prepara para la Gran Guerra de 1914.
Sin embargo, la contradicción fundamental va más allá de la atemporalidad, asumiendo también dos posturas filosóficas y políticas que nos persiguen hasta hoy: El humanismo y el terror, representados en los personajes de Lodovico Settembrini y de Leo Naphta respectivamente. Settembrini cree en el progreso, en la universalidad de valores heredada por el Renacimiento y la Ilustración. Naphta, por su parte, cree en los extremos duales, en el sufrimiento y la autoridad para la imposición del orden, glorificando las inquisiciones religiosas y el miedo como mecanismo de control. La novela describe alargadas y airadas discusiones entre ambos en medio de la nieve de los Alpes, como dos fuerzas contrarias en relación al futuro del mundo. ¿Qué le espera a Occidente? Dos extremos que no tardarían en encontrarse. Settembrini, quien descree de los símbolos y de la sensualidad, traiciona su propio humanismo al negarse al placer, a lo metafísico y a la variabilidad de los sentimientos para proponer un imperio de la razón. En esta racionalidad pura termina por parecerse a Naphta, quien no titubea en su ideal del terror y del control. A su manera, ambos proponen un absoluto que no admite cuestionamientos.
![Portada de La montaña mágica de Thomas Mann](https://www.librosyletras.com/wp-content/uploads/2024/08/Portada-de-La-montana-magica-de-Thomas-Mann-674x1024.jpg)
Desde hace un siglo, Thomas Mann ya encontraba que los caminos de Occidente estarían destinados al totalitarismo, viniera de la rama que viniera. Una universalidad de valores nacida desde un humanismo extremo terminaría entonces en la arrogancia y en una imposición moral bastante cercana a las religiones.
Nietzsche y Freud habían previsto la debacle de la guerra, como también la aparición del nazismo, por el que Mann tuvo que exiliarse en Estados Unidos. Desde Los Ángeles, escribiría una de sus últimas grandes obras: Doktor Faustus, publicada en 1947,en la que narra la historia del músico Adrián Leverkühn en una nueva versión del mito germánico de Fausto, el hombre que le vende el alma al Demonio a cambio de conocimiento. El autor aborda las ideas de Kierkegaard en El erotismo musical, donde se plantea que la noción del alma humana a través de la historia se puede encontrar en la música de cada época. Con la asesoría de Theodor Adorno y de Ígor Stravinsky, Mann estudia el alma occidental a través del desarrollo musical de Leverkühn, desde la primera música coral, el Barroco, y el Romanticismo, entre otros movimientos. ¿Dónde yace el ser que desembocaría en lo contemporáneo, en lo que hemos creído una cúspide del desarrollo social? Thomas Mann lo ve crecer mientras Adrián alcanza la gloria, mientras Alemania se deja seducir por el nazismo.
La historia narrada en Doktor Faustus trasciende la singularidad del sujeto y de la naturaleza demoniaca-divina del genio artístico para ir hasta una generalidad de guerra y muerte. Entonces quizás el verdadero pacto no haya sido el de Leverkühn con el Demonio a cambio de la genialidad, sino el de la cultura alemana con el totalitarismo a cambio del espejismo de la gloria.
Para el tiempo de la publicación de Doktor Faustus, Mann había perdido la creencia en el progreso, aquel del que hoy por hoy nos mostramos tan orgullosos. El escritor sabía que todos los discursos de unidad y solidaridad podrían convertirse en discursos bélicos, que el progreso general obligaría a los obreros a construir nuevas armas o nuevas tecnologías de vigilancia y poder tal como las nombrarían después Michel Foucault y Byung-Chul Han. En 1929, otra de sus obras, Mario y el mago, ya analizaba el poder seductor de la moral colectiva del fascismo, la hipnosis capaz de alienar a un país y llevarlo a la tajante división entre un “Ellos” y un “Nosotros” que por fuerza estaría atravesada por el conflicto.
![Portada de Mario y el mago, libro de Thomas Mann](https://www.librosyletras.com/wp-content/uploads/2024/08/Portada-de-Mario-y-el-mago-libro-de-Thomas-Mann-679x1024.jpg)
Ante estas obras, publicadas hace tanto, podría argumentarse que los tiempos han cambiado, que hoy es imposible el retorno de una dictadura, o de una idea capaz de llevar al totalitarismo. No a la vera de los Derechos humanos, no a los ojos de nuestras democracias. Mas, ¿Acaso el mundo ha renunciado a las batallas y a los fusiles? ¿La elección popular es respetada? Y si acaso fuera así, ¿quién dicta la voluntad popular, el devenir de un pueblo? Una de las principales características de la gran literatura es la de lograr personajes que trascienden cualquier época para ubicarse en todos los cánones artísticos. La obra de Thomas Mann nos habla para todos los tiempos de la humanidad, y sus libros son tan actuales ahora como lo fueron hace un siglo.
Mann temía una vulgarización del espíritu, un orgullo desmedido que anulara todos los otros discursos. ¿Podría haber algo mejor que nuestro tiempo, ahora ante tantos avances en cuestión de derechos y libertades? Como entonces y como ahora, se nos narra una moral impositiva y politizada, una idea del bien que debía defenderse con la exclusión sistemática de cualquier disidente. Frente a una ideal tan demarcado, resulta imposible pensar en otras expresiones como no sea la del futuro cincelado por esta misma noción de lo que debe ser.
Las revoluciones, pasadas y presentes, las guerras de nuestro tiempo y las imposiciones morales han traicionado la libertad, uno de los pilares fundantes de Occidente. Nuestro tiempo pretende anular las diferencias a través de una homogenización, no étnica, sino ideológica, lo que conlleva a la desaparición de las pluralidades que forjaron las ideas modernas. Quedan los mitos fundacionales, aquellos que Mann retrató en José y sus hermanos, un tiempo bíblico lleno de símbolos que llegarían hasta hoy, los ideales olvidados y que, traicionados a sí mismos, se convierten en vulgares elementos represivos.
La idea de Occidente, bien su ideal general, precisa una revisión si es que no quiere perecer bajo sus propias contradicciones, la del humanismo radical de Settembrini, y la del terror de Naptha, las mismas oposiciones que Thomas Mann enunció hace un siglo, cuando Hans Castorp anulaba el tiempo en la montaña, mientras el mundo de abajo, el mundo obrero, el mundo de todos los seres, se preparaba para una guerra que aniquilaría a ricos y pobres independiente de su religión, su etnia, su ideología política y aun de su idea del bien.
Una de las principales características de la gran literatura es la de lograr personajes que trascienden cualquier época para ubicarse en todos los cánones artísticos. La obra de Thomas Mann nos habla para todos los tiempos de la humanidad, y sus libros son tan actuales ahora como lo fueron hace un siglo.