Un año de soledad

Por: Álvaro González U./ Tomado de Caja de Herramientas.
Se cumplió un año de la muerte de Gabo. Aunque por variadas razones para algunos nuestro nobel y su obra fueron menores y hasta infernales en cierto caso, quienes somos sus seguidores siempre lo recordaremos como el escritor más grande que ha tenido Colombia.
Leí por primera vez a Gabriel García Márquez cuando tenía 12 años. Sin saber que en aquella época Cien años de soledad no era considerada una obra para alguien de mi edad, la tomé de la mesa de noche de mi padre y me la devoré. Desde aquel momento el mundo se me expandió y comprendí que más allá de los cuentos infantiles la literatura era un mundo inagotable en donde absolutamente todo es posible y, lo más importante: real.
Para Colombia y América Latina la trascendencia de Gabo fue mucho más amplia que su literatura. Significó la irrupción apoteósica de nuestro territorio y su cultura en el resto del mundo, un debut con todos los bombos y platillos que permitió que muchos nos conocieran, nos reconocieran y descubrieran nuestra riqueza cultural y artística. Aunque ya había varios autores excelentes, Gabo fue quien puso a Colombia en el mundo.
Pero hubo algo más: con nuestro complejo subdesarrollado y colonialista, los colombianos siempre estábamos acostumbrados a mirarnos según la opinión que de nosotros se tenía en Europa y EEUU. Con la obra de Gabo eso cambió, pues aunque el proceso fue precisamente el mismo –opinarnos según la opinión de los otros- ese reconocimiento fue el impulso que nos hizo nacer la conciencia propia de nuestra riqueza, antes con visos de cierta vergüenza.
García Márquez nos dijo que no éramos un extravío, que nuestra existencia con sus vivencias, mitos y arte tenían y tienen un lugar único y privilegiado en el planeta, que éramos una verdad como cualquier otra. Gabo fue partero de nuestra autoestima, nos potenció dentro de nosotros mismos y hacia afuera.
Muchos siguen aún criticando a nuestro nobel por su ideología, por su aparente falta de compromiso con su terruño o hasta porque no vivió en Colombia durante mucho tiempo. Los más benévolos de ese grupo dicen que se debe separar la persona del escritor. Error: Gabo escribió lo que escribió porque era como era, y si bien es cierto como todos los personajes públicos tuvo posturas ideológicas que algunos no comparten, soy un convencido de la unidad de la persona con el artista que crea a partir de lo que es y de lo que vive, para mal o para bien.
En Cien años de soledad García Márquez empastó nuestra idiosincrasia por medio de un arte única y original, hasta el punto de que fondo y forma se confunden en una sola realidad indisoluble y genial. Uno de los primeros pasos que una sociedad debe dar es saberse reconocer y comprender para con ello empezar a andar su camino auténtico. Esa senda la abrió Gabo con su obra más reconocida y la continuó con las demás.
Sé que muchos no han comprendido que la literatura no es literal –aquí sí que vale la redundancia- y por eso dicen que las vivencias e historias relatadas en Cien años de soledad no representan la Colombia real lo cual es entendible porque es un relato crudo. Sin embargo, Gabo solo abrió las ventanas y puertas de esa casa que es nuestra realidad, una realidad mágica que por cierto no es ni peor ni mejor que las del resto del mundo.
Precisamente en Aracataca en el 2007 tuve oportunidad de cruzar algunas palabras con el nobel. Confieso que nunca en mi vida había ni he sentido tanta emoción como en aquel momento, y si como decía el maestro la vida es lo que uno recuerda, pues entonces, pese a tantas dificultades buscadas, mi vida ha sido maravillosa.
Los “gabómanos” cumplimos nuestro primer año de soledad sin la persona más importante que para nosotros ha dado Colombia. Restan 99 para ajustar ese número mágico: ¡cien! Pero ante una obra inmortal serán muchos más…, serán todos, todos los años por venir cuya soledad será conjurada por el recuerdo, la lectura y la admiración. Gabo: siquiera naciste y viviste para contarte y para contarnos a Colombia.

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