Un café en Buenos Aires

No. 6.464, Bogotá, Sábado 14 de Septiembre del 2013 
Dos excesos: excluir la razón, no admitir más que la razón. 
Blaise Pascal
Un café en Buenos Aires
Marcelo Luján
Por: Pablo Di Marco
(Corresponsal Libros y Letras en Buenos Aires):
Parte I
   Estos
días terminé de escribir un breve ensayo para la “Fundación Tierra de
Promisión” en el que
afirmé que un escritor no está obligado a ser ni un entrevistado
brillante ni un conferencista seductor. Un escritor tiene una sola obligación:
escribir bien. Pero por fortuna existen escritores como Marcelo Luján, cuyas
reflexiones en una charla de café son tan atrayentes como sus varias veces
premiados cuentos y novelas. Para quienes (todavía) no conocen su obra, acá les
ofrezco un adelanto de su cálida lucidez.  
—Ya que sos un reconocido escritor de novela
negra te pido un favor: recomendale al lector que no consume ese género un par
de clásicos imprescindibles, de esos que no se olvidan. 
M: Si no conocen el género, tendrán que
empezar por los clásicos, que no son pocos, por cierto. Cosecha roja, de Dashiell Hammett y El largo adiós, de Raymond Chandler. Y si superan la prueba, sería
bueno que leyeran a Manuel Vázquez Montalbán, Los mares del sur, por ejemplo. Y a Paco Ignacio Taibo II. Y a Juan
Madrid. Y a Andreu Martín. Y como estamos tomando un café en Buenos Aires, me
gustaría recomendar a nuestros nuevos lectores a la Dama negra de la literatura
latinoamericana: Claudia Piñeiro. Las
viudas de los jueves
o Betibú,
dos novelas en donde la autora utiliza los elementos clásicos del género para
describir y criticar, y en buenos pasajes denunciar, las prácticas de la
sociedad actual.
—¿Conocés Colombia? ¿Qué sabés de literatura
colombiana?
M: Mi querida amiga cachaca, Constanza
Martínez, se va a disgustar al leer esto pero debo confesarlo: nunca estuve en
Colombia, lamentablemente. Ella me invitó un montón de veces pero uno siempre
es demasiado pobre como para hacer algunos viajes, y demasiado orgulloso como
para permitir que los billetes los pague el anfitrión. En 1998 me mandó a
Buenos Aires una edición preciosa de Entre
cachacos
, la segunda compilación de textos periodísticos de Gabriel García
Márquez. También El olor de la guayaba,
libro imposible de conseguir en Argentina, al menos en aquel momento. Había
leído a muy temprana edad todas sus novelas y todos sus cuentos y cuando ya no
quedó más ficción (recuerdo que lo último era Noticia de un secuestro), me enganché con sus notas periodísticas.
Primero con su etapa europea: sensacional. Después Constanza me mandó desde
Bogotá el volumen cachaco y las conversaciones con Apuleyo Mendoza. De modo que
supe qué era una guayaba (no existía esa fruta en Argentina e ignoro si existe
hoy) pero, muy a mi pesar, nunca estuve en Colombia. Tengo buenos amigos,
algunos escritores, algunos muy prestigiosos. El año pasado, en la Semana Negra de
Gijón, conocí a Santiago Gamboa: un tipo estupendo y cuya narrativa es
absolutamente envidiable. También con Mario Mendoza compartimos alguna mesa en
Gijón. Creo que ese año presentaba Buda
blues,
una novela extraordinaria. Además, Fernando Vallejo me enloqueció
con La virgen de los sicarios: la
fama es una estatua que cagan las palomas. Genial, Vallejo.
—No te sientas mal por no saber lo que es una
guayaba, Marcelo. Cuando el año pasado asistí a una premiación en Colombia me
pidieron que vista una guayabera, y yo ni sabía lo que era. Por suerte se
aprende. Cambiando de tema, ayer terminé de leer Diario de la
Argentina
, de Jorge Asís. 
Y no hubo página en que no haya pensado: “Este Asís debe ser un tipo muy
jodido, pero la novela que escribió es irresistible”. ¿El ser buena persona es
una ventaja o un lastre a la hora de escribir?
M: Puede ser una ventaja y también puede ser
un lastre. Depende de qué se esté queriendo contar. Juan José Saer decía que
ficción no equivale a mentira. A partir de esa afirmación, deberíamos andarnos
con ojo de los escritores que narran maldades. Y no porque el mal esté dentro
de ellos o sean pequeños satanases en carne y cuerpo. No. Más bien porque ficcionar
acertadamente siempre implica un alto grado de conocimiento del medio. Con
todo, yo soy uno de ellos: creo en el mal como elemento inherente al ser
humano, creo en el mal como uno de los grandes motores de nuestra raza, que
está de un modo tácito por encima del amor y del poder y por encima, incluso,
del dinero. El género negro actual, que no es el policial clásico, se alimenta
constantemente de esto.

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