“Me fascina la caligrafía, la composición de las hojas, el papel, su olor”
Ediciones Tres Cantos es una de las más brillantes apariciones del mundo editorial colombiano. Sus cuidadas colecciones sorprenden y desafían con libros que abarcan el cuento, la novela y el ensayo, así como las novedades y los rescates. Mientras leía una de sus últimas publicaciones, Hombres sin mujeres de Ernest Hemingway, supe que debía conversar con Adriana. Era mucho lo que quería preguntarle en relación a la creación, desarrollo y manejo de su editorial.
—Contame cómo fue que se te ocurrió meterte en un problema tan hermoso como armar una editorial.
Hace unos años empecé a sentir la necesidad de tocar la piel con la que se visten las palabras, me fascinan las fuentes, la caligrafía, la composición de las hojas, el papel, su olor…, y ahí entendí que el trabajo que había hecho por más de veinte años como editora había pasado de ser un oficio que se sirve del intelecto, de la razón, a ser uno con necesidades más sensibles, táctiles y hasta emocionales. Encontré una maestra encuadernadora en Madrid, Sarah Olsen, y con ella aprendí a hacer libros a la antigua; eso implica ser consciente del tacto, conlleva a sentir con las manos el lugar en el que se alojarán las historias que se resistirán al paso del tiempo. Así nació Ediciones Tres Cantos y la colección La Pluma en el Tintero, que está dedicada a la edición artesanal de obras de corto tiraje para compartir las experiencias vitales, las historias íntimas, las tradiciones familiares, que ya están escritos o que tal vez han reposado entre el tintero a la espera de ser contados. Todos los libros impresos tienen un cuerpo que se compone de un lomo y tres cortes o cantos, entonces, cuando tienes un libro de Tres Cantos tienes el cuerpo de palabras en tus manos. Fue así como pude darle forma a mi sueño y a mi hermoso problema.
—Trabajaste en editoriales gigantes como Panamericana y Alfaguara. Más allá del tamaño y la disponibilidad de dinero, ¿en qué te gustaría que Tres Cantos se parezca a ellas, y en qué te gustaría que se diferencie de ellas?
A ambas editoriales llegué con expectativas distintas. Lo de Alfaguara Colombia tuvo todo que ver con el Máster en Edición que hice en el 2001 con la Universidad de Salamanca: llegué como becaria, aprendí, disfruté y conservo amistades entrañables. De ahí quisiera tener la organización por departamentos, al menos un profesional a cargo de cada área, sobre todo de los asuntos contables y administrativos.
—¿Y de Panamericana?
De Panamericana recuerdo con mucho cariño la colección Cien Personajes, Cien Autores, que hicimos con la dirección de Conrado Zuluaga y la asesoría de Mario Jursich. Teníamos unos comités semanales en los que reíamos y aprendíamos a la par. Eso me lo traje para Tres Cantos, porque por el mismo esfuerzo es mejor reír que gruñir. Ahora bien, somos tres sellos diferentes, y Ediciones Tres Cantos no tiene ninguna intención de parecerse o diferenciarse de ellas, contemplamos apuestas editoriales con estilos propios. Las editoriales pequeñas e independientes no tenemos la fuerza financiera de los grandes grupos, pero tenemos la posibilidad de hacer una curaduría de nuestros catálogos con más mimo, y eso no es romanticismo, porque todas somos comerciales y necesitamos vender, eso es lo que ofrecemos al público lector. Nosotros podemos seleccionar cuidadosamente lo que merece una oportunidad de ser visto y apreciado. Lo interesante sería que tuviéramos igualdad de oportunidades para hacernos visibles y que los lectores seleccionaran sus apetencias por gusto y no por publicidades o por espacios en eventos y ferias inalcanzables para las pequeñas e independientes.
—El vínculo entre editores y autores suele estar atravesado por cierta tensión. Creo que esto se debe a dos razones: la primera es que el buen editor está obligado a decir “no” la mayoría de las veces, lo que provoca inevitables enojos. ¿Cómo convivís con tener que decir tan seguido que no?
Ese vínculo es muy importante. Es un eslabón de la cadena que tiene más que un “sí” o un “no”. No siempre tienes la misma gracia para decir que no y lo digas como lo digas el rechazo nunca se siente bien. Es parte del oficio si quieres cuidar tu catálogo. Ahora bien, lo que se rechaza es el manuscrito, no la amistad.
—Y la segunda razón por la que creo que suele haber tensión entre editores y autores radica en que el editor publica un libro cada tres meses mientras el escritor publica un libro cada tres años, lo que provoca cierto desequilibrio en el vínculo.
Es evidente que una editorial no subsiste publicando un libro cada tres años, pero lo que me llama la atención de tu pregunta es el ritmo de publicación que mencionas. Creo que con la pandemia muchas cosas cambiaron, y los altos costos de producción han puesto un freno para algunos proyectos. Los grandes grupos se podrán permitir publicar sesenta o más títulos a ese ritmo feroz, pero las pequeñas a veces no podemos publicar ni siquiera uno en tres meses. En Colombia, en el 2022, se asignaron 20.840 ISBN. Por mí, que los escritores se tarden sus tres años puliendo diamantes, escribiendo para aportar belleza a este mundo. Con mis escritores hay tensión si me incumplen el plazo, pero la verdad es que pocas veces ha sucedido. Así que, Pablo, creo que la especie más particular de la cadena del libro no son los escritores, sino los lectores. ¡Ojalá todos los latinoamericanos leyeran al menos un libro cada tres meses!
—Y ya que estamos en tema, ¿es cierto que los escritores son tan sensibles, inseguros y egocéntricos como se dice?
Ja, ja, ja. Sí.
—Ayer terminé de leer Hombres sin mujeres de Hemingway, un bellísimo rescate de tu editorial. Aprovecho para agradecerte, porque me permitiste reencontrarme con un autor al que tenía injustamente relegado. ¿Cómo se te ocurrió la idea de publicar estos cuentos?
Colombia no ha tenido tradición en traducción literaria. Los autores de otras lenguas han llegado a nosotros con traducciones españolas y argentinas, primordialmente; así que cuando leí en un portal de una universidad de Estados Unidos que los derechos de ese libro habían entrado en dominio público en ese país, no tuve duda en publicarlos en nuestra colección Catalejos del Tiempo con una traducción propia. De inmediato me puse en la tarea de verificar los derechos e inicié un rosario de llamadas a Simon & Schuster, la Biblioteca y Museo Presidencial de John F. Kennedy, Penguin, la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, el Cerlarc, la Oficina de Derecho de Autor del Ministerio del Interior de Colombia… Luego tuve la suerte de que Alfonso Conde Rivera aceptara traducir a ese monstruo de la cuentística. Con todo el equipo editorial de Tres Cantos nos concentramos en cada detalle. Aprendimos y disfrutamos del proceso.
—¿No crees que publicar hoy a Hemingway tiene algo de rebeldía? Te hago esta pregunta porque intuyo que para un sector del mundo del libro (por desgracia más atento a las formas que al fondo) Hemingway es más un machista enamorado de las armas que un buen escritor.
Hoy en día es fácil ser rebelde, la corrección política llega a ser deshumanizante. Estoy segura de que, si los lectores se dan la oportunidad de leer a Hemingway sin etiquetas, sin prevenciones, van a encontrar su riqueza literaria y tal vez a un ser humano que, como todos los demás, transita por las emociones. En realidad, el título del libro es el rebelde: Hombres sin mujeres.
—Sí que lo es. También quiero felicitarte por el espacio que le brindaron a Alfonso Conde Rivera para que contara su experiencia como traductor del libro. Es justo que una editorial les ofrezca a los traductores el espacio que merecen.
Es lo mínimo, es su trabajo y además uno muy dedicado, delicado y valioso. Congeniamos muy bien e hicimos un equipo poderoso junto con Gustavo Patiño, el corrector. Pasamos meses hablando, pensando en detalles y estamos felices con el resultado.
—El libro también se enriquece con un revelador prólogo de Alberto Salcedo Ramos. Contame cómo fue que sumaste a Alberto a esta publicación.
El día que me enteré de que el libro había pasado a dominio público llamé a Alberto para contarle; yo estaba eufórica y él también se entusiasmó. Le pregunté si se uniría a esta aventura y no lo dudó ni por un segundo. Nos acompañó en todo. Le consultamos algunas cosas puntuales y nos ayudó generosamente. Pensé en él desde el primer momento porque lo reconozco como un hemingwayano impetuoso. Lo conoce, lo cita en sus cursos y conferencias con versatilidad. A decir verdad, yo descubrí a Hemingway por Alberto Salcedo.
—Hablemos un poco del futuro: ¿con qué próximas publicaciones nos va a sorprender Ediciones Tres Cantos?
En breve vamos a inaugurar Finisterre, la colección de ensayo. También viene una sorpresa que nos une con Argentina, con el amor, la vitalidad y lo femenino, con la brillante pluma de Silvia Miguens.
—Tengo la suerte de ser lector de Silvia, me alegra que sus libros sigan circulando en Colombia. Y ahora vayamos un poco más allá: ¿cómo imaginás a Tres Cantos dentro de diez años?
En diez años me imagino un catálogo editorial con más joyas valiosas rescatadas por el catalejo del tiempo de nuestra colección, con voces nuevas en colecciones de cuento y novela y con un público lector gozoso, encantado y entusiasmado con nuestras propuestas literarias.
—Vamos con la última, Adriana: Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería y qué pregunta le harías.
Te cambio la solemnidad de un café con preguntas inteligentes por una gran cena con los autores que hemos publicado hasta ahora: Catalina de Erauso, José María Vargas Vila, Miguel Hernández, Ernest Hemingway; con el traductor, Alfonso Conde Rivera; con los prologuistas: María Piedad Quevedo, Consuelo Triviño, Jorge Urrutia, Alberto Salcedo Ramos, Silvia Miguens; y, el equipo editorial en pleno: Nancy Cruz, Milena García, Anita Gutiérrez, las diseñadoras; Gustavo Patiño, el corrector; Diana Botero, la jefa de Prensa; y, yo, para que los que vienen en línea de tiempo desde el siglo XVI nos cuenten qué les gusta y qué mejorarían de nuestras ediciones y para que nos ayuden a seleccionar nombres y títulos que en su momento pasaron inadvertidos y con los que reencontrarnos en el presente sea todo un deleite.
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