Por: Pablo Hernán Di Marco / Buenos Aires, Argentina / especial para Libros & Letras.
¿Quieren que les cuente cómo conocí a Carlos Torres? A fines de 2014 recorría Bogotá de la mano de la poeta Luz Mary Giraldo. Al llegar al barrio de La Macarena, Luz me llevó a una preciosa librería. “Quiero presentarte a Carlos Torres, el dueño de Luvina. Te lo aseguro, Pablo, te llevarás muy bien con él”. Diez minutos después, Carlos me propuso, para mi sorpresa, presentar mi novela en su librería. Le dije que se lo agradecía, pero que su ofrecimiento no tenía sentido. “En este momento no hay un solo libro mío a la venta en toda Colombia, Carlos. No vendrá nadie a la presentación. No quiero que pierdas ni tiempo ni plata”. Carlos vació su vaso de cerveza de un trago, me miró a los ojos con cara de pocos amigos y me dijo: “Oye, argentino: yo no trabajo por el dinero. A partir de ahora Luvina es tu casa y tu refugio, y así lo será hasta el último día de tu vida. Por lo tanto esta misma noche tú presentarás tu novela aquí. ¿Entendido?”
Conozco a muchas personas del “mundo de los libros”. Algunas son parte del problema, muchas otras son parte del paisaje, y algunas pocas son parte de la solución. Por culto, por pirata, por buen escritor y por ser el alma de una librería en la que ningún escritor vale la cantidad de libros que vende, Carlos Torres pertenece al último grupo. Que esta charla entre amigos sea mi homenaje a un tipo tan generoso como imprescindible.
(Ah, olvidaba contarles algo: la presentación de mi novela en Luvina resultó una de las noches más hermosas de toda mi vida.)
—Me llama la atención la cantidad de gente que entra a las librerías como quien pisa un planeta desconocido, y dice: “Tengo que regalar un libro, ¿me recomienda uno, por favor?”. En lo que a narrativa se refiere, ¿cuáles son los libros que solés recomendar, Carlos?
C: Señor, nunca recomiendo un libro que no haya leído. Por ello siempre que alguien me hace esa pregunta tan general y tan frecuente, primero averiguo quién es la persona destinataria, a qué se dedica… la prefiguro, y luego apunto mis ojos a las estanterías y, desde mi conocimiento personal, pienso en Sándor Márai para un hombre intelectual adulto; pienso en Pablo Montoya y en Lejos de Roma para un hombre maduro que lee lo nacional; me digo Memorias por correspondencia cuando la persona que lo va a leer es una mujer madura a quien imagino llena de recuerdos. Pero si es un joven pienso en una novela de Murakami o de Cortázar, y luego me adentro más en lo latinoamericano. Claro que pienso en escritores contemporáneos.
No recomiendo un best-seller, ni una autoayuda, ni una novela para pasar el tiempo… pues estás no existen en la Librería Luvina.
—Puedo dar fe de que tu librería es mucho más que un negocio que vende libros. Luvina es un espacio cargado de magia que funciona como punto de encuentro de amigos, artistas y vecinos del barrio. Decime, Carlos: ¿cuántas amistades y amores nacieron en Luvina?
C: Caramba, esto es lo más notorio: la cantidad de amistades, parejas, matrimonios, divorcios y hasta suicidios que acontecen cuando se dispone de un lugar tan cercano a la calidez y a los sentimientos. Muchas, sí, cantidades, tanto que yo escribo una novela sobre este tema. Escribo sobre aquella pareja que trepa hoy, después de los años, la calle empinada que se desprende desde la esquina de nuestra librería… y que se conocieron una tarde en el café. Escribo sobre el amor y su magulladura, sobre los sueños imposibles que atrapan a los hombres que se sientan a leer y a tomar un café en la librería al caer la tarde.
—La que viene es una pregunta ideal para vos. ¿Cuánto hay de cierto de todas las cosas que se suelen decir de los escritores? ¿Es cierto que suelen ser tipos insoportablemente egocéntricos, competitivos, depresivos e inseguros?
C: Los escritores (narradores y poetas) son generalmente tan solo una porción de la población que se dedica al trabajo de pensar-escribir-dictar clase-ser talleristas pobres, y no tener una pensión para su vejez ni seguro social. Por tanto, la gran mayoría de los escritores son por lo general parte de la población de hombres y mujeres comunes y corrientes que tienen acentuada esa manía de hablar solo de sí mismos y de su obra, de creer que la ellos es la mejor, y sienten envidias y odian a los otros por una breve ofensa. En general, los acompaña la depresión intermitente… Joder, recuerdo que esta tarde tengo cita con el psicoanalista.
—¿Psicoanalista? ¡Tal vez sea una buena idea que vayamos juntos! Mejor cambiemos de tema. Toda buena librería es, inevitablemente, un lugar mágico. Pero para sostener esa magia hay que lidiar con una serie de cuestiones bastante grises como el pago del alquiler, impuestos, trato con editoriales, bajas ventas, etc. ¿Alguna pensaste en cerrar Luvina? ¿Qué te convenció de seguir adelante?
C: Claro que he pensado en cerrar Luvina… ha pasado por mi cabeza este mismo año. Pero hay tantos esfuerzos y años invertidos que no es fácil tomar semejante decisión. La primera vez que pensé cerrarla fue en una época en que azotó a Luvina una banda de profesionales en el arte de robar libros, siempre los más costosos. Hablé del cierre con los amigos más cercanos y al día siguiente apareció uno de ellos y me dijo: ‘Me he enterado que van a cerrar, pero no has contado con nosotros, los clientes’. Estos programaron una subasta (uno regaló dos de sus cuadros, otro sus libros, un postre, etc.) y la fiesta que duró dos días permitió conseguir fondos para iniciar el pago de la deuda. Lo importante fue ese espíritu de solidaridad de vecinos y amigos… La Macarena en Bogotá es un lugar muy especial, son un conglomerado de intelectuales y artistas que viven en un área muy pequeña donde se conocen todos. Nos queremos simplemente.
Hoy no es el robo lo que agobia. Los compradores son cada vez menos y los costos de los libros se han elevado en Colombia a un lugar imposible. Los libros aquí no son un artículo de primera necesidad… bueno, para la mayoría.
—Ya que sacaste el tema, hablemos un poco sobre los ladrones de libros. A esta altura imagino que ya habrás hecho la cuenta de cuántos libros, en promedio, te roban al mes, ¿no es así? ¿Cuál es el libro que más veces te robaron?
C: Es difícil conocer exactamente cuánto me han robado. ¿Cuánto al mes?, no lo sé. Sé que el libro que más me robaron es Los detectives salvajes porque ahí Bolaño habla de un ladrón de libros y la gente se cree protagonista. Pero en Bogotá hay redes de ladrones que extraen lo que más está vendiéndose en el mercado. Tenemos una excelente colección de fotografías de estos individuos en la librería.
—Dejemos al Carlos Torres librero y conversemos un poco con el Carlos Torres escritor. ¿En qué proyecto literario andás metido? ¿Para cuándo creés que podremos disfrutar de tu nueva novela?
C: Terminé hace pocos meses una novela sobre una poeta suicida y está ahí en remojo, esperando un editor que se anime a publicar estas historias que no son para el gran público. Ahora escribo dos cosas más, una es una novela sobre el café Luvina, tiene un título que me encanta: Verano de dos días y comienza así: “Tenía el aspecto de una ramera cuando la vi entrar al café la tarde del lunes. Se sentó allí junto a la ventana y el sol le dio en la espalda, ocultándole el rostro, por eso, sólo percibí, minutos después, la palidez de su cara y sus grandes ojeras un poco acentuadas por el color negro del maquillaje”.
—Muero de ganas de leer ya mismo esos dos libros. Y de seguro no soy el único. Hablando de publicaciones… ¿Publican los mejores, Carlos? ¿O se ha creado un sistema en el que las relaciones públicas pesan más que la pluma?
C: Claro que lo segundo, y no sólo pesan las relaciones públicas.
—No importa, seguiremos insistiendo. A fin de cuentas no sabemos hacer otra cosa. Vamos a cerrar con la clásica última pregunta de Un café en Buenos Aires: te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a Luvina a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería y qué pregunta le harías.
C: Me gustaría conversar en público con Herta Müller. Su parquedad, la dificultad que ofrecen sus imágenes, ese peso de realidad gris, cruda y poética que posee su prosa, me subyuga. Ella, Onetti y Margarite Durás, serían las únicas personas por las que daría algo por conversar en Luvina, aquí en Bogotá, y ante un público aglomerado. A Herta le invitaría a pasear por el pueblo de su infancia en la vieja Rumania y simplemente le sugeriría que nos contara cuando su madre le enseñó a cocer con aguja, frente a la ventana.
De más está decir que están todos invitados a disfrutar de un café y un libro entre los anaqueles de madera de Luvina. Aquí les paso las coordenadas:
Librería Luvina
Carrerra. 5 No. 26 C-06, Bogotá
Dedico esta entrevista a Luz Mary Giraldo por haberme abierto las puertas de Luvina. Y también a Adriana González, Tamara Peña Porras
* Pablo Hernán Di Marco.
Autor de las novelas Las horas derramadas (ganadora del XXI Certamen Literario Ategua 2010, España), Tríptico del desamparo (ganadora de la I Bienal Internacional de Novela «José Eustasio Rivera» 2012, Colombia), y Espiral (finalista del XIX Premio de Novela Ciudad de Badajoz 2015, España). Desde Buenos Aires trabaja vía Internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas.
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