“Sin la experiencia del exilio, tal vez nunca me hubiera convertido en una escritora”
Por: Pablo Di Marco / Argentina / Especial para Libros & Letras
¿Se encuentra Clara Obligado en Buenos Aires? Imposible no querer encontrarme con ella. La riqueza de su trayectoria literaria y sus experiencias de vida a ambos lados del océano hacen que las preguntas (y consultas) me surjan solas ya antes de pedir el primer café. Empecemos.
—En 1976 abandonó Argentina con rumbo a España. ¿Qué cree que le ha aportado y quitado a su escritura ese desarraigo?
Siempre digo que, sin la experiencia del exilio, tal vez nunca me hubiera convertido en una escritora. Necesité escribir para tender un puente entre dos países, dos espacios, dos tiempos. Y dos culturas. El exilio me quitó un cielo, una historia, un país, una familia. Me quitó todo lo que se le puede quitar a un ser humano menos la vida, una valija con 9 kilos de equipaje y mis recuerdos. Por otro lado, y con el paso del tiempo, me dio una relación con la distancia y la escritura sin la cual no sería la persona que soy hoy. Me dio, también, otro país al que quiero.
—Ha venido a Buenos Aires a brindar una conferencia llamada “La literatura descentrada”. ¿Cómo ha sido esa experiencia, Clara?
Ha sido muy interesante. Fue en el Joaquín V. González y la sala estaba llena, las preguntas fueron muy pero muy interesantes. Además iba de la mano de un amigo, el Prof. Armando Minguzzi. Hay en este país una pasión por la cultura que no se encuentra en otras partes, y por eso vale la pena venir y encontrarse con un público con estas características. Nunca salgo defraudada.
Siempre digo que, sin la experiencia del exilio, tal vez nunca me hubiera convertido en una escritora
—Hoy le he escuchado decir que “Hay pocas cosas más melancólicas como Buenos Aires en un domingo de lluvia”. ¿Cómo vive (o sufre) sus reencuentros con Buenos Aires?
Cada viaje es como un monográfico, tiene un tema en particular que lo organiza y en el que me centro. El año pasado, por ejemplo, vine a presentar un libro, así que la experiencia fue más bien literaria. Este año sólo di esa conferencia, así que me dediqué más a mis amigos y a mi familia. La relación con el país que se deja atrás siempre es dinámica, duele y entusiasma a la vez, es como si compararas constantemente el acá con el allá, el pasado con el presente. Creo que esta sensación sólo la comprende la persona que vive fuera.
—Usted ha sido una de las pioneras en brindar talleres literarios en España. Cuénteme sobre aquellos primeros tiempos.
Era el post franquismo, y en España había poca actividad de este tipo, como es lógico, porque las dictaduras no son muy estimulantes a nivel cultural. Empecé casi por casualidad, con una reunión de amigos, y de allí salió un primer grupo. Así, hasta hoy, que tengo un Taller bastante grande, con doscientos alumnos y siete profesores. Ha sido una aventura en cierta medida, porque al principio nadie creía que esto podía funcionar, pero aquí estamos.
Corrijo de manera obsesiva, hasta llevar el texto a un estado de perfección simbólica, es decir, a lo que yo siento que es perfecto, aunque, evidentemente, no lo es
—Estoy leyendo su novela Petrarca para viajeros. Me seduce su cadencia, el modo en que la historia se derrama con pausada armonía oración tras oración. ¿Cuántos años de trabajo le llevó la escritura de esas 140 páginas? Es cierto que una cosa va atada a la otra, pero: ¿Qué le lleva más tiempo, la escritura del texto o su corrección?
La escritura es, para mí, relativamente sencilla. La redacción más bien, porque la escritura es otra cosa. Pero me quedo muy descontenta con mis primeras versiones, que no son más que borradores. Ahí empieza el trabajo verdadero. Corrijo de manera obsesiva, hasta llevar el texto a un estado de perfección simbólica, es decir, a lo que yo siento que es perfecto, aunque, evidentemente, no lo es. Puedo escribir más de cien versiones, que no consisten en cambiar el argumento, que para mí es lo de menos, sino en trabajar la manera en que se cuentan las cosas, llevar la prosa a que diga exactamente lo que yo quiero decir. Este es el punto que me interesa y el que me convierte en escritora. Nunca he escrito un libro en menos de tres o cuatro años, ese parece ser mi ritmo natural.
—Me gustaría subrayar lo último: “Nunca he escrito un libro en menos de tres o cuatro años”. Una buena declaración de principios para estos tiempos de escritores urgentes. Vamos con la última y clásica pregunta de Un café en Buenos Aires, Clara: le regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Cuénteme quién sería, a qué bar lo llevaría, y qué pregunta le haría.
Esa pregunta me produce estrés.
—No quiero estresarla, Clara. Tal vez podamos pedir un té en vez de otro café.
Digamos que me gustaría tener esa posibilidad una vez a la semana, porque tengo muchas preguntas para hacer, pero creo, también, que en general mis preguntas se responden leyendo las obras de la gente a la que admiro. Me divertiría, si nos centramos en las chismografías, encontrarme con François Villon y preguntarle qué hizo a partir del momento en el que desapareció. Sus poemas me encantan. También me gustaría preguntarle a Rimbaud por qué dejó de escribir, o a Catalina de Erauso, la monja alférez, cómo fue eso de pasar de monja a soldado. En fin, que tengo demasiadas preguntas para demasiada gente, y me estás dando muy pocas posibilidades.
* Esta entrevista fue posible gracias a la intercesión y gentileza de Tes Nehuén. Muchas gracias, Tes.
Foto: Tomada de Costa del Sol Digital.
* Pablo Hernán Di Marco.
Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor de las novelas Las horas derramadas, Tríptico del desamparo y Espiral. Colaborador de la editorial Ojo de Poeta y columnista de la revista cultural Libros & Letras. Leer más AQUÍ
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