«El periodista y el poeta comparten una misma mirada sobre la realidad«
Hace largos años que soy fiel lector de las notas que L.C. Bermeo Gamboa escribe en diversos medios de Colombia. Y cada vez que terminaba de leer alguna de ellas temía que el vértigo de los diarios y los blogs las haga caer en el olvido. Por eso fue un feliz alivio saber que varias de esas notas —ensayos, mejor dicho— serían compilados en un libro de próxima publicación. Hoy ese libro es una realidad que debemos agradecerle a El Silencio Ediciones, y es también la excusa perfecta que encontré para conversar con L.C. sobre periodismo, prisas, pausas y literatura.
—Antes de hablar de Libro de las digresiones te propongo que conversemos sobre tu vínculo con el periodismo. ¿Cuál fue la primera vez que sentiste que tu camino era ser periodista?
Creo que todo nace a partir de una sutil ambigüedad. Verás, en mi adolescencia, cuando las cosas eran más simples, tuve la idea de ser escritor, y puesto que no tenía nada que contar, me pareció que el periodismo era otra forma de ser escritor, pero como yo lo entiendo, un escritor más humilde, porque su propósito es contar lo que sucede a otros, no hablar de sí mismo. Y cuando digo que el periodista es un escritor, no me refiero a ser un escritor menor, nunca lo entendí así y no lo hago ahora, el periodista es un escritor con todas las posibilidades de grandeza artística que tiene un escritor de ficción, y aunque no puede inventar, su genio literario radica en descubrir hechos y personas, para narrarlos con su propia belleza y complejidad. Los prodigios son múltiples, van de lo trágico a lo bizarro, y como puede comprobar un periodista en su primera semana de trabajo en la calle, los hechos reales, a veces, superan a la ficción. Me refiero a ese mestizaje de géneros que llamamos periodismo literario, que tiene mucho de poesía y rigor investigativo. Hay otra ambigüedad que me llevó al periodismo, y es que siempre he tenido la intuición de que el periodista y el poeta comparten una misma mirada sobre la realidad, sustentada en la necesidad de encontrar una verdad humana y un conocimiento común del mundo, y el deber de darle voz a los olvidados, a los débiles, a los perdedores, a los enfermos, a los perseguidos, a los marginados por sexo, raza y estrato, a los animales y a la naturaleza, todo aquello que la aberrante cultura de consumo, utilitarismo y triunfalismo inconsciente de la actualidad oculta en su maquinaría de tendencias y novedades. La poesía como una condición de humanismo y empatía en el periodismo, es algo que me parece urgente en la actualidad.
—Poesía y periodismo. Me gusta ese maridaje.
Así me gusta entender el periodismo, un oficio que tiene una poética muy frágil, se rompe al menor peso de interés o perversidad. De esto, que me atrevo a llamar una poética del periodismo, hablo en dos ensayos de mi libro.
—¿Cómo llegaste a ser parte de un medio tan leído como El País de Cali?
Curiosamente por una entrevista con Alberto Salcedo Ramos, uno de los mejores cronistas de Latinoamérica, donde le pregunté por la importancia de la poesía en el periodismo y donde, de paso, me comentó que él prefiere escribir historias sobre perdedores y fracasados, que son las más universales, porque reflejan momentos que todos debemos enfrentar y cuando somos realmente honestos. La misma pregunta se la he realizado a Martín Caparrós y Leila Guerriero, entre otros. Esa entrevista con Salcedo Ramos fue mi primera colaboración con El País de Cali, poco después entraría a trabajar en la sección de notas comerciales, donde tuve uno de mis mayores retos creativos, y aprendí que hasta el tema más tedioso o banal bien observado puede convertirse en una gran historia, todo depende de la curiosidad, la capacidad de asombro y las cualidades poéticas que todo periodista debe poseer.
—El periodismo gráfico pareciera estar cada vez más enamorado de ciertas características (o vicios) típicos del periodismo televisivo: la brevedad, la liviandad, los títulos impactantes. En cambio, tus notas tocan otra cuerda, requieren de un lector paciente y reflexivo. ¿Pagás muchos costos por nadar a contracorriente?
El mayor costo, que no lo considero tal, es que mis notas no tienen demasiados clics en redes sociales, básicamente porque no escribo para aturdir los sentidos con falsas amenazas, rentabilizar polémicas, promover radicalismos o estimular pulsiones bajas con tragedias propias y ajenas. Esto es el antimanual de estilo del periodismo virtual, que garantiza el fracaso de cualquier medio de comunicación en nuestros días. Pero, como decía Juan de Mairena, hay fracasos cuya dignidad hace avergonzar a los triunfadores, y en el periodismo —llamémoslo así para abreviar— que hoy se ha generalizado en las redacciones, sucede algo parecido. Creo que no soy el único fracasista del periodismo que apuesta por la cultura, la calidad literaria, el fomento de la inteligencia, la estética en el tratamiento, el debate civilizado, las buenas maneras en la comunicación, la divulgación rigurosa y, sobre todo, la empatía hacia los más vulnerables. En este sentido, me satisface conocer de vez en cuando a alguien de esa minoría de lectores que, justamente por mi inadecuación con las tendencias actuales del periodismo, valora mi trabajo.
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«(…) aprendí que hasta el tema más tedioso o banal bien observado puede convertirse en una gran historia, todo depende de la curiosidad, la capacidad de asombro y las cualidades poéticas que todo periodista debe poseer.«
—¿Nunca pensaste en tener tu propia revista cultural?
Justamente, con algunos amigos del medio periodístico y literario caleño, estamos juntando recursos propios y ajenos para perderlos lo más pronto posible en la labor más bella de cuantas haya en la actualidad: publicar una revista de periodismo cultural. Una en la que, como en The French Dispatch, la película de Wes Anderson, si un texto es lo suficientemente bueno y necesitamos más espacio para publicarlo, no dudaremos en eliminar la publicidad de las páginas, aunque eso nos arruine. Esperamos que antes de declararnos en bancarrota tras el primer número, el alma caritativa de un millonario ilustrado nos adquiera para despilfarrar su fortuna.
—Propongo que aproveches esta amable conversación entre necesitados para darle un mensaje a los millonarios del mundo.
A los millonarios que lean esto, tengan en cuenta que perder dinero en la cultura es un acto de caridad que tendrá recompensa en el otro mundo, no olviden la sentencia aquella, “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja…”. No sea que una revista cultural los redima del infierno.
—Ahora que ya hemos intentado salvar a varias almas opulentas de las llamas del averno, podemos pasar a temas más pedestres: ¿Cómo surgió la posibilidad de compilar algunas de tus notas en un libro?
Creo que todo parte de una ambición, no siempre posible, de que para hacer periodismo literario es necesario superar el registro del día. Es decir, que una nota tenga la posibilidad de mantener su vigencia en el tiempo, y aunque pudo originarse en una coyuntura actual, se escribió para leerse en cualquier momento. En el caso particular del Libro de las digresiones, estamos hablando de ensayos literarios —en el sentido original que atribuyó al término Michel de Montaigne en el siglo XVI—. Ensayos en los que, no obstante, tomé algo de todos los recursos periodísticos y literarios que tengo a la mano, desde la entrevista, la crónica, la reseña, el diario de lectura, la autobiografía, la crítica literaria, la divulgación científica, todo para lograr un mestizaje ojalá tolerable y placentero para los lectores. Para esto fue fundamental mi trabajo de cuatro años, como reportero de la revista cultural Gaceta, de El País de Cali, donde me dieron toda la libertad para experimentar con formas y géneros literarios. Pero, debo decir, que era algo en lo que ya venía trabajando antes con ensayos publicados en otros medios, como mi blog Barbarie Ilustrada y en la revista El Malpensante.
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—Semanas atrás tuviste la posibilidad de presentar Libro de las digresiones en la Feria del Libro de Bogotá. Hablame un poco sobre esa experiencia.
Por azares de la vida literaria, Cali fue la ciudad invitada de honor a la FILBo 2023, para lo cual seleccionaron una muestra representativa de autores caleños para que presentaran sus libros en Bogotá. Esto coincidió con que Ediciones El Silencio, la editorial independiente que se arriesgó a publicarme, adelantara la impresión de mi libro y me propusieran como parte de esa ‘delegación de caleños ilustres’. A alguien le pareció que era pertinente que yo pudiera llegar a la capital y, en mi calidad de solemne desconocido, pedir un poco de atención para este libro. Pero, más allá de mi experiencia como autor invitado, lo que más me impresionó fue comprobar cómo en treinta y cinco años que lleva realizándose esta Feria del Libro, los bogotanos han desarrollado un hábito de asistencia masiva, miles de personas cada día pagaban para ingresar por sus libros y autores favoritos, sentir ese fervor libresco es gratificante, y es a lo que deben aspirar las ferias de cada ciudad. Y para volver al día señalado en la programación de la FILBo, cuando presenté mi libro, debo decir que después de superar mi terror provinciano ante la monstruosidad del pabellón donde se realizó el evento, entre el rumor de cientos de personas alrededor ignorándome, finalmente pude concentrarme y dialogar con Juan Camilo Rincón, quien logró contagiarme un poco de su entusiasmo por lo que estaba sucediendo en ese momento, es decir, yo presentando mi libro en la FILBo por primera vez.
—El querido y siempre presente Juan Camilo Rincón.
Eso mismo, Pablo. Y al final, cuando pude distender mis músculos y me levanté de la silla, tuve un feliz encuentro con muchos amigos y amigas, algunos que habían leído mis notas en Gaceta, y con quienes hasta ese día solo había tenido una relación virtual. También fue la oportunidad de encontrar nuevos lectores que se animaron a llevar el Libro de las digresiones y que han manifestado su entusiasmo por esta curiosa propuesta ensayística.
—En este libro mencionás a infinidad de escritores, sin embargo hay uno que se repite una y otra vez: Jorge Luis Borges. ¿Qué representa Borges en tu vida como lector?
Te lo digo en una frase que, para mí, no es una exageración: Borges es el Google de la literatura universal.
—Vamos con la última, L.C. Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de los tantos que nombrás en tu libro.
Hay un escritor que solo menciono dos veces en el libro, y no digo mayor cosa, lo puse como una coordenada entre los autores digresivos, y uno de mis héroes literarios. Se llamaba Charles Lamb y vivió en Londres a principios del siglo XIX, jamás se dedicó profesionalmente a la literatura, era contable de una empresa naviera en la que se jubiló. Pero esto no impidió que fuera amigo de genios románticos como Samuel Taylor Coleridge, William Wordsworth, Percy Bysshe Shelley, Thomas de Quincey, entre otros. Intentó ser poeta, crítico literario y dramaturgo, pero sin ningún éxito, algo que jamás pretendió, quienes lo conocieron sabían que no aspiraba a la perfección o la popularidad, incluso se sabe que cuando estrenó una obra de teatro realmente mala, él mismo se unió al público para abuchear el espectáculo. Sin que él se lo propusiera, dejó no una obra perfecta, pero sí bellamente humana. Leerlo fue encontrar a esa clase de amigo que amas pese a todas sus imperfecciones, como supongo que me aman a mí mis amigos. Pero, sobre todo, como Augusto Monterroso escribió de él, sus ensayos son “un testimonio de cómo, pase lo que pase, después de todo el mundo puede ser visto con una sonrisa”.
—Contame a qué bar llevarías al buen Charles, y qué pregunta le harías.
Con Charles Lamb me gustaría ir a una taberna londinense cuando aún se podía fumar en el interior, pediríamos dos pintas de cerveza, o quizá una para mí, y vino para él. Pero como al final era abstemio, quizá pediría un té de amapolas. Muy tarde, cuando no pudiéramos vernos la cara por el humo, y pareciera una conversación entre fantasmas, me atrevería preguntarle por su hermana Mary —tema delicado—, quien sufría de esquizofrenia y en un ataque de nervios había apuñalado a su madre hasta matarla, lo que no impidió que Charles asumiera la custodia de la enferma mental y viviera con ella bajo el mismo techo. Le preguntaría, señor Lamb, si alguien puede aprender a dormir tranquilo junto a una psicópata, ¿acaso hay algo en la vida que pueda perturbarlo?
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Libro de las digresiones
262 pag.
El Silencio Ediciones.