Me
encontré con Fernando Olszanski en un viejo bar del centro de Buenos Aires, a
pocos días de su llegada desde Chicago. Era una tarde soleada que contradecía
el invierno. A poco de empezar a charlar apareció en mi mente la figura de un
puente. Porque Fernando, intuyo que tal vez sin proponérselo, se ha convertido
en un puente que une dos mundos literarios: el latinoamericano y el
estadounidense. Su trabajo constante y dedicado como escritor, editor y
organizador de la Feria del Libro Latino de Chicago lo ha vuelto un
imprescindible que crea vínculos y une orillas. Solo faltaba pedir dos cafés y
hacer la primera pregunta.
—Ya
hace varios años que te fuiste de Argentina. Viviste en Ecuador, Escocia,
Japón, y actualmente estás instalado en Chicago. Alguna vez Vargas Llosa dijo
que debió irse a vivir a Europa para empezar a comprenderse a sí mismo como
latinoamericano. ¿Te sucedió algo similar?
Es
evidente que estar lejos te da una perspectiva distinta, tenés la posibilidad
de mirar las cosas con otro ángulo. Pero viajar o estar lejos te abre la cabeza
y te incorpora muchas cosas.
Aprendés de otros, agregás una visión
que antes no tenías y que te ayuda a construir una personalidad más fuerte y
más analítica. En lo personal creo que estar lejos me ha ayudado a ser un poco
más profundo en la lectura de las cosas, y ese aprendizaje se transfiere a tu
pensamiento y por ende a tu literatura. Pero en un país como Estados Unidos,
con todas las nacionalidades latinoamericanas alrededor, es fácil identificarse
con ellos y ver que hay muchas cosas en común, cosas que te unen. Realmente te
volvés latinoamericano conviviendo con ellos y haciendo esas culturas parte de la tuya.
—¿Qué
le aportó Estados Unidos a tu escritura?
No
dejamos la identidad propia por emigrar, tampoco podemos decir que te
incorporás a la nueva cultura íntegramente. Uno siempre va a ser inmigrante,
ese proceso no se termina con la nacionalización sino que te acompañará toda la
vida. Uno en realidad se enriquece con esa interacción social y cultural, y ese
bagaje se incorpora a lo literario. Estados Unidos me ha brindado la
posibilidad de analizar las cosas desde otra idiosincrasia, una dualidad de
visiones que se complementan sin problemas entre lo latino y lo anglo. Estar
cerca de la experiencia de la inmigración me ha dado mucho para desmenuzar y
para hablar.
—Una
vez (medianamente) superado el desarraigo y la añoranza, ¿qué le sigue aportando
Argentina a tu escritura?
La parte argentina no se detiene solo en el idioma y
en la cercanía cultural, sino también en la afinidad social y emocional con
todos aquellos que se refugian de alguna manera en un país que aparenta
brindarte la solución de todos los males, pero en realidad te ofrece una serie
de fronteras difíciles de superar. Y eso, literariamente hablando, es muy rico.
—Sos
uno de los organizadores de la Feria del Libro Latino de Chicago. ¿Cómo nace ese
proyecto?
La Feria
nace desde la necesidad de que una ciudad donde viven casi tres millones de
hispano parlantes merece un evento de magnitud desde el punto de vista
literario y cultural. Además, Chicago es un foco cultural hispano de gran
magnitud, con siete editoriales hispanas, varias revistas literarias, radios y
canales de TV y de youtube en español dedicados a lo cultural. La Feria ya
existía con otros formatos, pero de manera irregular y con diferentes enfoques.
En el 2019 decidimos hacer una Feria con mucha más ambición, con invitados de
Europa y de América Latina, además desde todos los rincones de Estados Unidos. Logramos el
apoyo de varias universidades, y con patrocinadores fue mucho más fácil lograr
beneficios para los invitados y lograr una calidad de invitados que aseguraba
interés y prestigio al mismo tiempo.
—La pandemia debió ser un golpe duro.
En el 2020 nos agarró de lleno, con todo lo que eso
implica. Este año, el 2021, creo que es un año de transición. El gran desafío llegará
para el año que viene.
—¿En
qué notás que van evolucionando año a año? ¿Cuáles son los objetivos para las
próximas ediciones?
Vamos
ganado experiencia, agregamos disciplinas que den espacios a otros artistas,
como gente del teatro, de los medios, y otras expresiones literarias como
cómics y guionistas. También crecimos en el ramo de los contactos, y en el
alcance de la feria. Las redes sociales han ayudado mucho con eso pero tenemos
que seguir aprendiendo para llegar a más gente, ser amplios en la oferta
cultural. El gran objetivo es seguir creciendo en calidad y cantidad, si bien
no todo es dinero, parte de ese éxito se logra con una programación que
interese, eso se traduce en invitados y en eventos que llamen la atención, y
eso se logra con apoyo externo. La Feria no ha dejado de ser un esfuerzo de
mucha gente que trabaja en el día a día para hacer este evento un poco mejor.
—Me quedé pensando en algo que me dijiste antes: que solo en Chicago hay siete editoriales hispanas. Eso me recordó una nota que leí
hace poco en la que Naida
Saavedra señala que “los autores latinoamericanos radicados en los Estados
Unidos ya no tienen que mirar hacia México o España para publicar sus obras escritas en español”. ¿Es correcto hablar de un escenario más amable para los escritores
latinos radicados en el norte?
Creo que hay que aclarar algo importante sobre la
literatura en español en Estados Unidos.
—Sí, decime.
Si uno escribe en español sobre su país de origen,
eso no es literatura de Estados Unidos, eso es literatura del país de origen
escrita en otro lado, en el exilio, si te gusta esa palabra. El ejemplo más
claro es Nuestra América de Martí. La literatura que
habla de Estados Unidos, de la experiencia migrante y la experiencia latina en ese país es la Literatura
del desarraigo.
Ahora, esa literatura, la que
habla de vivir en ese país, la del día a día, crea un lazo muy fuerte con la
nueva tierra y con los que viven contigo esa cotidianidad, crea el arraigo,
crea una identidad literaria más fuerte, que supera nacionalidades. Te convierte en un ser
transnacional, un ser pan-latino. Esa nueva identidad se afirma creando
espacios de expresión. Las editoriales son una parte de esos espacios, pero son
pocos. Y a esos
espacios hay que apoyarlos con otros espacios: los medios, las revistas, la academia,
y por sobre todo comprando y leyendo esos escritos. Porque si no, ningún esfuerzo
podrá sobrevivir en el silencio de los lectores.
—En suma, el panorama pareciera menos ríspido, pero aún
queda mucho por hacer. Vos de seguro ayudás a asfaltar caminos a la hora de compilar antologías. La última de ellas se titula Don´t cry for me, America. ¿Existe la idea de publicar alguna de estas
antologías en Argentina? Sería un gran puente literario entre Estados Unidos y Argentina, un puente que hoy pareciera no existir.
Es cierto
que ese puente está todavía por construirse. La antología que mencionás es de
escritores argentinos que residen en Estados Unidos y la idea siempre fue
ofrecer una visión única del país desde la distancia y del proceso migratorio y
la evolución de la identidad argentina en el exilio. Es un proyecto que
realizamos con Hernán Vera Álvarez, y es un producto premiado con el International Latino
Book Award. La antología contiene algunos escritores consagrados y otros
noveles, pero es un libro rico en experiencias y acercamientos literarios. En
este momento está en evaluación por un par de editoriales argentinas, ha
generado interés, pero también soy consciente del momento editorial a nivel
mundial. La Argentina no escapa a esa crisis constante del mundo literario.
—¿Con
Colombia sucede lo mismo que con Argentina? ¿O los puentes entre Colombia y
Estados Unidos son algo más fluidos?
Creo que en general eso pasa con todas la
nacionalidades latinoamericanas, si bien ha habido una fuerte inmigración
colombiana en los últimos años, creo que ese desarraigo que conlleva un
sentimiento de no pertenencia a ningún lado afecta a todo el mundo. Pero ya he
visto que han empezado a aparecer revistas y editoriales en Estados Unidos manejadas
por colombianos, lo que hace todo más fácil y llevadero desde el punto de vista
literario. Hay una
comunicación fluida entre el norte y Colombia, incluso escritores colombianos
premiados residentes en Norteamérica. Creo que ese puente es mucho más
transitado que el nuestro.
—Sos
escritor, editor, organizás la feria
de la que antes hablamos… Las
relaciones entre autores y editores parecieran estar condenadas a atravesar
ciertas tensiones. ¿Aprendiste a comprender los miedos,
recelos e inseguridades de ambas
partes tras tantos años de estar en los dos lados del mostrador?
Ese es un tema difícil y cada caso es diferente. Se
aprende como todo en el día a día. Lo importante es saber escuchar y leer las
situaciones. En Estados Unidos hay mucho espacio para crecer y yo trato de
canalizar todo en esa dirección. Ya que no hay una estructura de apoyo, ni espacios
donde mostrar lo que uno produce, trabajar en conjunto es esencial, con
objetivos comunes y con direcciones definidas. La relación con el escritor,
editor, o el gestor cultural debe ser madura y de entendimiento, no hay espacio
para el egoísmo, sino ese vínculo está destinado al fracaso.
—Vamos
con la última pregunta, Fernando. Te regalo la posibilidad de invitar a tomar
un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería y qué le
preguntarías.
Dicen que Pablo, el apóstol, fue quien reescribió la
Biblia y la hizo tal cual la conocemos ahora. Jesús, en los manuscritos
anteriores a él, no hacía milagros ni resucitaba, y con las ediciones que Pablo
le hizo mejoró el libro un montón, al menos eso me parece a mí. Le preguntaría
si me ayudaría y sugeriría algunas ediciones a mis manuscritos, creo que eso
enriquecería mis textos.
—Tremendo invitado elegiste. ¿Y a qué bar lo llevarías
al buen Pablo?
Lo invitaría a The Jumping Bean.
—¿Dónde queda eso? Te lo pregunto para estar ahí
presente. No me quisiera perder la oportunidad de charlar con semejante
personaje.
Es un café en el barrio mexicano de Pilsen, en Chicago,
que fue mi oficina de trabajo por mucho tiempo. Por supuesto que los cafés los
pagaría yo, tendríamos mucho para hablar. Y vos también estás invitado, Pablo.
—Recordá que yo no soy ni santo ni apóstol.
Imposible olvidarlo.