Un café en Buenos Aires con Jorgelina Etze

No. 7624 Bogotá, Miércoles 14 de Diciembre de 2016 


Mientras unos dan plomo, nosotros damos pluma
Jorge Consuegra




Por: Pablo Hernán Di Marco / Buenos Aires, Argentina / Especial para Libros & Letras.

Hace exactamente un año, una revista colombiana me preguntó cuáles habían sido los diez mejores libros que leí en 2015. Recuerdo que nombré una novela aún inédita: Cosas de chicos de la escritora argentina Jorgelina Etze. Dije que era una novela que inexplicablemente aún no había encontrado editorial, y también aseguré que Etze era una gran escritora de diálogos. Pocos meses después, Cosas de chicos resultó finalista del tercer Concurso de Novela de Ediciones Altazor y fue publicada en Perú. Hoy, un año después de aquella elección, me provoca un gran placer poder conversar con Jorgelina sobre algunos de los temas que más nos interesan.

—Conozco a varios buenos autores que, como vos, lograron publicar tras haber sido premiados en el exterior (Carlos Colla y Ariel Urquiza, por nombrar casos recientes). ¿Será un indicativo de que las editoriales argentinas andan algo… distraídas?

J: No, no creo. En mi caso, por ejemplo, la publicación fue el premio. Los concursos, me parece, son el modo más directo de que alguien lea tu manuscrito. Y me parece que el más objetivo también. Creo que en Argentina no hay tantos concursos de novela. De novela negra sí, hay más. Pero hay tantos autores tan buenos en el género que es muy difícil llegar a una premiación. Y si no es por ese camino… La mayoría de las editoriales directamente no reciben manuscritos de autores desconocidos. Y, las que lo hacen, tienen tanta cantidad de material que, si tu manuscrito llega a las manos adecuadas, es casi casi un milagro. Pero una vez que te leen, que consideran tu trabajo, te empiezan a considerar a vos. Ahora, por ejemplo, la Editorial Altazor que premió mi novela en Perú, me convocó para un proyecto. Supongo que eso debe pasar también con las editoriales argentinas. Pero para que te publiquen, primero tienen que verte. Y eso es muy complicado.

—Creo que sos fuerte en un aspecto en el que muchos escritores hacen agua: los diálogos. ¿Qué consejo le darías a un escritor principiante a la hora de escribir diálogos creíbles?
J: Me siento cómoda escribiendo diálogos. La verdad es que creo que los diálogos son mi mejor recurso. Y disfruto mucho cuando los escribo. A mí, como lectora, los diálogos me gustan. Me gusta escuchar a los personajes. Y creo que el mejor modo es dejarlos hablar. A ellos, directamente, sin que el narrador intervenga. Consejos para escritores principiantes no tengo porque yo soy una escritora principiante. Así me siento.

—Pero… ¿se puede aprender a escribir buenos diálogos?

J: Sí, se puede. Yendo a buenos talleres literarios, se puede aprender. Yo me formé, y me sigo formando, con Marcelo di Marco y con Laura Massolo y estoy muy agradecida porque me enseñaron mucho. Sí puedo contar lo que hago yo: leer y escuchar. Leer mucho. Mucho. Mucho. Leer de todo: lo bueno y lo malo. Esa es una buena forma de darse cuenta cuándo un diálogo suena natural y cuándo no. Escuchar a la gente mientras conversa es otra herramienta para escribir buenos diálogos. Las personas, cuando charlan, no son lineales. Hacen gestos, responden con preguntas, introducen frases sobre lo que está pasando en ese momento a su alrededor, dan órdenes a personas que no forman parte de la conversación… Creo que esa es la clave: el diálogo, a mi juicio, debe parecerse lo máximo posible a una conversación real. Hay que introducir esos elementos mientras se escribe el diálogo. Si estoy charlando en una cocina, los personajes deben estar ahí por algo, haciendo algo. Si están lavando los platos, debe haber alguna referencia al detergente, alguien debe nombrar un repasador, decir que el agua está fría o caliente, mojarse, que se rompa un vaso.

—Si los personajes están comiendo en un restaurant que se señalen con el cuchillo, que se les caiga una servilleta.

J: Ese marco ayuda mucho. El lector tiene que olvidarse que está leyendo, de algún modo debe sentir que está escuchando a los personajes y, para eso, el escritor y el narrador deben desaparecer. Después hay cuestiones más formales: dónde poner las acotaciones, en qué momento hacer las pausas, qué verbos declarativos usar. Hay que usar los más neutros posibles. “Dijo”, “Preguntó” y poco más, realmente. El verbo declarativo tiene que perderse. Si en medio de un diálogo usás la palabra “Apuntó” o “Bramó”, por ejemplo, el narrador aparece en medio del diálogo como un grito. Como una nota disonante. Aunque, claro, todo depende del contexto. El contexto manda. Siempre.

—Te aseguro que acabás de dar una pequeña clase, Jorgelina. Cambiemos de tema. Voy a repetir una pregunta que le hice hace poco a Andrés Mauricio Muñoz: Cosas de chicos es tu primera novela tras años de escribir cuentos. Pasar del cuento a la novela es como pasar de la fotografía al cine, del orden cerrado al juego abierto. ¿Cómo manejaste ese repentino exceso de libertad?

J: Con naturalidad. Yo, en realidad, primero escribí novela. Impublicable, pero novela. Supe que necesitaba ayuda y así llegué a Marcelo di Marco. Entonces entendí que tenía todo por aprender. El cuento me pareció mucho más manejable. No más fácil. El cuento no es fácil, pero sí más manejable. Escribí cuento mucho tiempo, cuentos cortos. No más de ochocientas palabras, normalmente. Así, escribiendo cuento, aprendí mucho. La novela llegó naturalmente. Se me ocurrió una idea y, a medida que la desarrollaba, supe que lo que tenía entre manos era otra cosa. La historia se fue develando, tejiendo.

Es como dice Paul Sheldon en Misery: uno desentierra el fósil. A veces es un cuento, a veces una novela. Es una especie de sorpresa. Y es muy divertida.

—La obra de un escritor gira en torno a no más de dos o tres obsesiones. ¿Cuáles son las tuyas?

J: La muerte, sin dudas. A veces pienso que escribo para no desaparecer. Y explorar la muerte, también, me hace temerle menos. O de eso me quiero convencer. La maternidad, que es otro modo de sacarle la lengua a la muerte. Y el agua. No sé por qué todo lo que tiene que ver con el agua, con lo acuático, me fascina.

—“Escribo para no desaparecer”. Los escritores y su eterna lucha contra la nada… Vamos a otra cosa: Hoy pareciera que no alcanza con escribir un buen libro. El sistema obliga al escritor a ser también un experto en relaciones públicas, redes sociales, etc. ¿Cómo vive esta cuestión una escritora de perfil bajo como vos?

J: No muy bien, la verdad. No me gusta la exposición. No disfruto el autobombo, es necesario mostrar lo que uno hace, pero no lo disfruto. Me da mucha vergüenza. Tengo mi página en Facebook, y comparto cosas, pero no hago mucho más que eso. Las presentaciones de libros me dan dolor de estómago y nunca pude participar de una rueda de lectura. Y no soy tímida, para nada, pero cuando tengo que mostrar lo que hago, me taro. Desearía poder escribir, que me lean y listo. Pero si uno quiere que lo lean, primero debe mostrar que existe, ¿no?

—Te cuento algo: algunos lectores son capaces de tirarme tomates si no hago la última y clásica pregunta de Un café en Buenos Aires, así que acá vamos: te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.

J: A Stephen King. El bar no importa. Me gustaría que me diga cómo hace para tener tantas buenas historias para contar. También me gustaría llevar a Madame Bovary y a Heathcliff al Gato Negro. No les preguntaría nada. Los dejaría conversar, los observaría. Seguro que, después, me escribo un diálogo de aquellos. Yo, por las dudas, no tomaría nada. ¡A ver si me ponen algo en el té!

Pablo Hernán Di Marco

* Pablo Hernán Di Marco.

Autor de las novelas Las horas derramadas (ganadora del XXI Certamen Literario Ategua 2010, España), Tríptico del desamparo (ganadora de la I Bienal Internacional de Novela «José Eustasio Rivera» 2012, Colombia), y Espiral (finalista del XIX Premio de Novela Ciudad de Badajoz 2015, España). Desde Buenos Aires trabaja vía Internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas.

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