Un café en Buenos Aires con José Orlando Castañeda

“Los problemas de
uno repercuten en el otro, todos somos parte de un mismo pueblo sufrido”

 

Por: Pablo Di Marco*

Hay pocos temas más sensibles que el
desarraigo que padecen quienes deben dejar su vida atrás para buscar el futuro
en un país ajeno y hostil. Castañeda explora este universo en Entre acuarelas y lágrimas con un estilo
paciente —pero a su vez ágil— que se enriquece por su propia experiencia de
vida. Me intrigaba saber cuál fue el disparador que propició la escritura de
esta historia, y bastó hacer esa primera pregunta para sumergirnos en una
conversación que derivó en… mejor los invito a que pidan un café y se sumen a
nuestra mesa.  

—Escribir
un libro está infinitamente más cerca del trabajo que de la inspiración. Sin
embargo, hay un impulso inicial que a veces es mágico, como una primera chispa
que enciende todo lo que vendrá después. ¿Cuál fue la primera chispa que lo
llevó a escribir Entre acuarelas y
lágrimas
?

J: En un viaje a la sierra
ecuatoriana por un caso civil, hace poco más de una década, fui invitado a
hablarles a los niños de una escuela primaria. En medio de la reunión, un niño
de unos ocho años de edad pidió que le permitieran subir a la tarima. “Usted
que vive en Nueva York, me preguntó, ¿puede hablar con mi papi?”. “Claro que sí,
con gusto”, le respondí.  “Pues dile a mi
papi que lo quiero”, continuó diciendo, con voz entrecortada. “Dile a mi pape
que regrese,” agregó. Y ya rebosado de emoción, invadido por el llanto, exclamó
a todo pulmón: “Dile a mi papi que ya no puedo vivir sin él”. El lugar quedó sumido
en un silencio que nadie se atrevía a interrumpir. A mi alrededor había ahora un
cúmulo de miradas tristes y ojos encharcados, niños y adultos por igual. Estaba
ante una muestra palpable de los estragos de la emigración. Al seguir los hilos
de esa historia me convencí de que detrás de las palabras angustiadas de ese niño
había un dolor profundo que los afligía a todos. Era el dolor de la separación
y el desarraigo que sufren los emigrantes.

—Tremenda
historia la que me cuenta.

J: Sin dudas. Esa fue la
primera chispa que encendió la llama de la escritura de mi novela.

 

—Usted
nació en Colombia y actualmente vive en Estados Unidos. ¿Qué le brinda su vida
en ese país a su faceta de escritor?

J: En Estados Unidos he tenido la
oportunidad de estar en contacto directo con el mundo del inmigrante, siendo yo
también uno de ellos. Eso tanto en mi práctica privada, donde a diario llegan
inmigrantes en busca de asistencia legal, como en el tribunal, donde veo los
problemas desde otro ángulo, el ángulo de impartir justicia de la forma más ecuánime
e imparcial posible.

 

—¿Y
qué cree haber perdido? ¿Teme olvidar ciertos modos de expresarse, aromas,
sabores, recuerdos?

J: Yo viví en Colombia hasta cuando
terminé bachillerato, de modo que toda mi formación y mi herencia cultural la
adquirí allá. El olor a fruta fresca, la música, la manera de hablar, el
entorno familiar. Eso es imborrable. Viaja con uno durante toda la vida.

 

—Usted
es abogado y fue nombrado juez penal. Acá intuyo que no hay pérdidas, imagino
que su trabajo es una gran fuente de material a la hora de nutrirse de
historias que pueden desembocar en una novela. ¿Me equivoco?

J: No, no se equivoca, es enteramente
cierto. Los protagonistas de mi novela se llaman Manuel y Elvira, y desde que empecé
escribir veía Manueles y Elviras en cada persona que encontraba. Hay un
arquetipo de problemas, de sueños y ambiciones que enlazan todas las historias
de todos los emigrantes. Al final llegamos a comprender que los problemas de
uno repercuten en el otro, y que todos somos parte de un mismo pueblo sufrido.

 

—Creo
que uno de los méritos de Entre acuarelas
y lágrimas
es que puede ser leída como una novela de denuncia, pero también
como una novela de aventuras, y también como una novela romántica. ¿Fue buscada
esa versatilidad, esa riqueza de enfoque? 

J: También es acertada su
observación. Es todo lo anterior, pero igualmente es una novela de formación,
de aprendizaje. Lo que en literatura se conoce con el término alemán
Bildungsroman. Estos dos jóvenes protagonistas de la novela se enamoran, y
pronto pasan del idilio inicial a confrontar el mundo. Cada tropiezo es un
sufrimiento y, por ende, un aprendizaje. En los nuevos lugares donde se
acomodan, él en Nueva York y ella en Madrid, hay un contraste frecuente entre
esperanzas y ambiciones, por un lado, y desarraigo y soledad por el otro. En medio
de esos elementos los personajes crecen y se forman, y así también crece el
lector a medida que avanza en la historia. Eso forma parte del plan de la
novela. A propósito, hay además un elemento de fondo que es la literatura. La
lectura de libros antiguos tiene un papel especial en la novela.

 

—Hasta
hace poco usted era un autor inédito. Hoy tiene su primer libro publicado,
debió lidiar con editores, autores, periodistas… en fin, atravesó el cristal.
¿Resultó el mundo del libro lo que imaginaba? ¿En qué se sorprendió para bien?
¿Y en qué se decepcionó?

J: Ah, me encanta la pregunta porque
me permite hablar de ese continuo batallar que ha sido la elaboración de esta
novela. Una cosa es el trabajo que implica escribir una historia coherente y de
algún modo meritoria. Otra es lograr que a un escritor neófito le abran espacio
en el mundo de los libros. En mi caso envié manuscritos a decenas de agentes
literarios. La mayoría no respondían, y los que sí, lo hicieron con frases muy
lacónicas, de que ese no era el tipo de novela que se ajustaba a su catálogo, o
cosas similares. Luego ofrecí el manuscrito directamente a los editores en
lengua española. Fue otra larga y frustrante espera que culminaba normalmente con
respuestas similares. Tuve a lo largo del tiempo un par de editoriales que
mostraron interés por la novela, pero al final las condiciones que ofrecían en
los contratos eran demasiado onerosas, y con mucho dolor opté por rechazarlas.
Toda esta experiencia me llevó a conocer el verdadero significado de la palabra
paciencia.

 

—Sin
dudas que paciencia es una palabra clave. Es más, yo creo que la paciencia es
el requisito número uno de cualquiera que aspire a escribir. Dígame, Jose: ¿la
escritura de esta novela es un aliciente o una presión a la hora de pensar en
escribir y publicar un segundo libro?

J: Yo diría que es ambas cosas.  El saber que hay aceptación y acogida de
parte del público es el mejor sustento espiritual para un escritor. Eso lleva a
pensar en que pronto hay que producir una obra nueva. Es una presión punzante,
pero positiva. 

 

—Antes
me contó que vive en Nueva York. Hace veinticinco años que no piso esa ciudad,
y creo que ya va siendo tiempo de regresar, así que debo ponerme al día en
algunas cuestiones. Dígame, ¿cuál es la librería más bella de Nueva York?

J: Con el auge de las plataformas
digitales el concepto de librerías tradicionales, con inventario físico, se ha
reducido.

 

—Por
favor, no me haga sufrir.

 J: Pero
por fortuna aún existen algunas, muy acogedoras y bien surtidas. En Nueva York un
lugar para pasar la mirada por libros antiguos es Bauman Rare Books, Calle 55 y
Madison Ave.

 

—Muy
bien. Voy tomando nota.

 J: Allí podrá hojear con avidez algunas joyas
escritas para otras épocas, para otros públicos, pero que también son
relevantes en nuestros días. Hay una sucursal de la librería Barnes and Noble a
la altura de la misma calle, pero con Park Ave. Tiene un excelente inventario.
Ahora, si me pregunta por bibliotecas, ahí sí la respuesta es contundente: la
Biblioteca de Nueva York, Calle 42 y Quinta Avenida.  Una hermosa edificación repleta de tesoros.

 

—Bien,
imaginemos que ya me compré un libro en Bauman Rare Books. Ahora preciso un
lugar amable donde comenzar a leerlo. Recomiéndeme por favor un bar donde
preparen un maravilloso espresso.

J: Sin lugar a dudas: La Grande
Boucherie, Calle 53 y Sexta avenida. El lugar es un derroche de sensaciones.

 

—Fantástico.
El día que regrese a Nueva York (espero sea pronto), ya tengo resuelto mi
primer paseo.

J: La Grande Boucherie, con sus cielos altos, sus candelabros, sus
grandes ventanales y los ecos de conversaciones animadas, le encantará, Pablo. Por un momento se va a sentir en un
palacio.

 

—Vamos
con la última, José: le regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a
cualquier artista de cualquier época. Cuénteme quién sería y a qué bar lo
llevaría.

J: ¡Qué gran regalo! Mil gracias.
Estaría muy honrado de invitar al gran poeta, pensador y humanista Facundo
Cabral.

 

—Un
par de veces lo tuve a Facundo sentado en un bar de Buenos Aires a un par de
mesas de distancia. Por desgracia no me animé a decirle ni media palabra.
Continúe, José. ¿Dónde lo invitaría a Facundo a tomar un café?

 J: En Cañave, un sitio pequeño y acogedor al
pie de la hermosa colina del parque Fort Tryon, la máxima altura natural en
Nueva York. Pero lo pediríamos para llevar en un termo. Empezaríamos a ascender
por sus senderos serpenteantes, entre árboles frondosos y pájaros alborotados,
hasta llegar a los Cloisters, un conjunto de antiguos monasterios traídos de
Europa piedra por piedra, y reconstruidos siguiendo el diseño original. Después
de recorrer sus capillas y laberintos, sus tapetes medievales y sus figuras
talladas, tomaríamos una banca en el jardín, frente a la brisa fresca del río
Hudson, y con la silueta lejana de Manhattan como telón de fondo.

 

—¿Y
qué le preguntaría a Facundo?

J: Con los primeros sorbos de café le
preguntaría a Facundo por las enseñanzas arrancadas de sus viajes al Medio y
Lejano Oriente. Y también le preguntaría cómo llegó a su inmenso amor por la
humanidad a pesar de las penurias y desprecios sufridos en su infancia junto
con su madre y sus hermanos. Y le daría infinitas gracias por el hermoso regalo
que nos ha dejado en su poesía, su música, su bondad, sus valores y su vida.


Entre acuarelas y
lágrimas

José
Orlando Castañeda

320
páginas

Editorial
Caligrama


*Pablo Dí Marco. Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor, entre otras novelas Las horas derramadasTríptico del desamparo. Colaborador literario de la revista Libros & Letras.




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