Por: Pablo Di Marco / Especial para Libros y Letras.
El café en Buenos Aires de hoy tiene una sola explicación: el interés que me despertaron cada uno de los cuentos que integran el libro En sangre viva (Moglia Ediciones). Me llevó pocas páginas de lectura comprender que me encontraba ante una autora que conoce los resortes y vericuetos de un género complicado. Una autora que tiene en claro que a la hora de escribir cuentos, inspiración y trabajo van siempre de la mano. Razones de sobra para compartir un café en Buenos Aires con la escritora Luciana Prodan.
—Conocí a escritores con los oficios más disímiles, pero jamás conocí a una escritora que también sea locutora. ¿Te cuesta combinar ambas pasiones, tan diferentes la una de la otra?
No me parecen pasiones tan diferentes. La locución está íntimamente ligada con la oralidad, eso es innegable, pero la escritura, aunque resulte irónico, también. Los cuentos se escriben, pero también se leen. Se cuentan.
—Tal vez el primer “escritor” haya sido un cazador que, de regreso a la cueva, le relató a su tribu cómo hizo para cazar a su presa. Y de haber sido buen escritor seguro que mintió y exageró descaradamente su proeza.
Claro. Es que el arte de contar historias también está lleno de magia. No se puede leer sin sentir, eso es imposible. Los locutores no somos (o al menos así debería ser) loros repetidores de frases. Nos formamos en diferentes áreas, somos profesionales de la palabra, y después, como sucede en cualquier otra profesión, cada uno elige qué hacer con esa herramienta. O mejor dicho, cómo y de qué manera utilizarla. Personalmente (y aunque hace años que no hago radio, porque me dediqué al periodismo gráfico y la literatura) siento que los locutores, con su voz, acompañan a mucha gente en diferentes situaciones y momentos de su vida. La voz del locutor, en más de una oportunidad, conmueve, entretiene, abraza, acompaña… Y con los libros sucede algo parecido. La radio y los libros son “portátiles”, y eso es una suerte. En mi caso, y por lo que yo entiendo de la profesión, siempre lo sentí como algo muy complementario. Me gusta escribir en voz alta.
—Ese es un gran consejo. No sé si escribir, pero siempre aconsejo corregir en voz alta. En 2012 presentaste No somos reinas, un ensayo que gira en torno a las relaciones entre hombres y mujeres. Y en 2017 publicaste En sangre viva, tu primer libro de cuentos. ¿Qué ganaste y qué perdiste de aquel 2012 a hoy?
Perdí certezas y me llené de interrogantes, de curiosidad, de ganas. No somos reinas es un libro muy importante para mí, porque en ese momento (y cuando todavía todo el movimiento feminista casi no tenía voz) me animé a hablar de los mandatos, los dobles discursos, y de todas las etiquetas que nos pegan a las mujeres desde que nacemos. Pero también me di cuenta de que si quería escribir (al margen de mi oficio como periodista) necesitaba prepararme para eso. Necesitaba estudiar y leer. Leer mucho. Y fueron cinco años de lectura muy intensos. Y no sé si la palabra es “ganar”, pero el amor de la gente que lee mis cuentos, mis notas, mis columnas, es algo que agradezco y me conmueve profundamente. Algo parecido me pasa con el reconocimiento de mis colegas, o con algunos mensajes o devoluciones de escritores a los que respeto y admiro.
—Creo que un escritor no tiene más que dos o tres obsesiones. Y esas obsesiones quedan bien en claro en En sangre viva. ¿Cómo lidiaste con el proceso de escritura de cuentos que tocan temas así de sensibles?
El proceso creativo de En sangre viva fue particular. Estaban por operarme de un tumor de ovario (que había que sacar lo antes posible para que no se complicara) y supongo que eso está en cada una de esas páginas. Quizás no de manera consciente, pero está. El dolor, la muerte, la incertidumbre… La sensación de miedo y desamparo que sienten estas mujeres. Porque En sangre viva habla de eso, del dolor. De cómo y de qué manera decidimos resolver, padecer, transitar, superar, sanar o hundirnos en aquel dolor que nos persigue y nos pisa los talones… De las ganas de salvarse o de entregarse.
—Por suerte todo proceso creativo, más allá de doloroso, también suele ser liberador.
Sí, fue muy liberador. Fue, de alguna manera, un bálsamo que me ayudó y me acompañó a transitar ese camino de la mano de cada uno de sus personajes.
—Las redes sociales son una herramienta muy útil a la hora de difundir publicaciones y entrevistas, ¿pero no creés que también le han quitado mística a la figura del escritor? A veces pienso que un escritor excesivamente activo en redes sociales es como un estudio de radio repleto de cámaras de televisión.
La figura del escritor viene cambiando desde hace tiempo, y eso a mí no me parece mal. Personalmente, y por mi esencia, que es más bien retraída, solitaria, melancólica (y si querés, también bastante fóbica) asomarme a la “superficie”, a veces, lejos de hacerme mal, me salva. Y me parece que el contacto con los lectores también es interesante. Saber qué sienten, qué piensan, qué nos quieren decir… Cómo nos vemos… Cómo nos ven… Y después, gente con más ganas de ser una estrella de televisión que otra cosa, hay en todos lados y en todas las profesiones, pero de esos prefiero no hablar. Igual son bastante obvios.
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Luciana Prodan |
Escribir para mí es vital, pero también paso por momentos no tan felices durante el proceso creativo. Como todos, creo.
—Clarice Lispector es tu amor literario. Hablame de tu acercamiento a su vida y obra.
Me acerqué a Clarice hace muchísimos años, y lo que sentí al leerla fue tan mágico como brutal. No pude ni quise soltarla más. No puedo ni quiero alejarme de ella. Clarice es magia, sensibilidad y talento. Es delicadeza, dolor y fuerza… Es un monólogo interior eterno, en el que siempre me enredo y me libero con la misma fuerza.
—Pese a que me la recomendaron infinidad de veces, aún no leí a Lispector. ¿Por dónde me recomendás comenzar?
Por sus crónicas. Es la mejor forma de comenzar a leerle el alma. Y después sus cuentos hasta llegar a sus novelas, que nunca son novelas.
—¿Por qué nunca son novelas?
Porque sus novelas, como casi todo en ella, carecen de una estructura formal.
—Bien, prometo leerla y contarte qué me parece. Ahora dejemos a Clarice de lado y vamos con algunas Preguntas-Respuestas breves. Decime, Luciana, ¿sos feliz escribiendo?
Sí. Lo primero que se me ocurre contestarte es que sí, porque me hace feliz, y porque escribir para mí es vital, pero también paso por momentos no tan felices durante el proceso creativo. Como todos, creo.
—¿Cuál es tu librería favorita?
Librería Borges, en donde presenté En sangre viva.
—Bonitísima librería con bar. Les contamos a los que no la conocen que queda en la calle Borges 1975, en Palermo. Espero que tras esta publicidad gratuita nos regalen algún libro, o por lo menos algún cafecito. Sigamos: ¿A qué personaje literario quisieras besar con pasión?
Más que personajes, se me ocurren escritores…
—Después decime en quién estás pensando. Los lectores que quieran saber quién es el afortunado, que me escriban por privado. Decime, ¿qué libro te hizo llorar?
Diarios, de Alejandra Pizarnik.
—Nombrame un clásico sobrevaluado
Me decís clásicos y pienso en Shakespeare, Kafka, Dante… Sinceramente, hacer un juicio de valor sobre estos u otros autores, me parece, por lo menos, una falta de respeto de mi parte. Sin embargo, me pasa algo con Rayuela… Para mí Rayuela es un “clásico” injustamente castigado.
—Vamos con la última, Luciana: te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.
A Clarice, sin dudarlo. ¿A qué lugar? Me gustaría invitarla a tomar un café o un té a Villa Ocampo… Y la primera pregunta que le haría es: ¿Qué es la cosa en sí?
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* Pablo Hernán Di Marco.
Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor de las novelas Las horas derramadas, Tríptico del desamparo y Espiral. Colaborador de la editorial Ojo de Poeta y columnista de la revista cultural Libros & Letras. Leer más AQUÍ
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