Un cercano diálogo con Dasso Saldívar

Dasso Saldívar tiene la nostalgia metida en la mirada y las palabras cargadas de melancolía. El biógrafo de García Márquez presentó su primera novela, ‘Los soles de Amalfi’, en la Feria del Libro. Entrevista con nuestro editor.

Por: Enrique Patiño / Bogotá. 
Ha vuelto al país después de 39 años viviendo en España, y uno esperaría encontrar en su acento algo del influjo español, algún “vale”, algún “venga”, algo similar a un “tío”, pero el hombre tranquilo que mira con nostalgia tiene tan arraigadas sus raíces paisas que cuatro décadas por fuera del país solo le han servido para ahondar en ellas.
“Sí, me fui cuando tenía 24 años”, recalca Dasso Saldívar, con su tono bajo de amigo cómplice, y uno hace el cálculo veloz de su edad.
Su voz es pausada pero no es eso lo que realmente llama la atención, así como tampoco la prevalencia de sus raíces antioqueñas. Lo que impacta es la sabiduría que fluye en sus palabras cada vez que habla, o la poética sosegada de quien lleva toda la vida recreando un universo hasta depurarlo y hacerlo una forma de vida. Él es la estrella. Sin embargo, es condescendiente y me pregunta cómo estoy, qué hay de mi vida.

-¿En España se le disparó la nostalgia y sintió la necesidad de recuperar su memoria?

Cuando me fui, lo hice con mi morral y mi memoria a cuestas. Nada más. Me había graduado como abogado en la Universidad de Antioquia y ahí estaba Carlos Castro Saavedra y fue él quien me publicó algo de poesía, aunque yo había venido publicando ya algo en el Magazín Dominical de El Espectador, gracias a Miguel Garzón y a Guillermo Cano, desde que yo cursaba apenas segundo de bachillerato. Pero me fui en realidad a París cuando decidí viajar, muy antioqueño, con esas ganas de abrirme camino en el mundo. Me quedé varado en Madrid porque cuando llegué allá, murió Franco y Madrid era una fiesta. Ahora necesito tanto a Colombia como a Madrid para vivir.

Pero Los soles de Amalfi es esa memoria depurada por el paso del tiempo, como si estuviera cincelada con paciencia y se hubiera tomado años para hacerla. No es una obra de velocidad, sino de detenimiento.

Desde pequeño sabía que yo iba a escribir sobre mi pueblo, incluso mucho antes de que supiera que iba a ser escritor. Pero durante años no pude encontrar el camino para hacerlo. Tenía mucho cuidado de no caer en la nostalgia porque aunque es la mayor fuente de creación, bien decía Flaubert que puede también conducir a la cursilería y al sentimentalismo, haciendo referencia a su tomentosa relación con Louise Colet. Yo sabía eso bien. Y cada quien lleva su casa a cuestas. No solo el caracol.

La nostalgia puede ser desgarradora. No es posible desligarse de ella porque forma parte de los recuerdos amados y de repente perdidos. Pero Los soles de Amalfi es un ejercicio que va más de la nostalgia. Es una mirada que no se queda en lo perdido…

Exacto. Más que la nostalgia, me interesaba la melancolía, que es esa pátina que deja el tiempo en el alma. La nostalgia es desgarradora y la melancolía es tranquila y sosegada. Víctor Hugo dijo que la melancolía es la felicidad de estar triste. La melancolía está en el principio de todo: en el principio de un beso está el final, en el nacimiento está el inicio de la muerte. Es esa voz que nos arrulla y ya se fue.

Así que el libro nació más del encuentro ideal con el pasado que con el vacío de lo perdido… 

Fue un libro que se fue secretando como el gusano a la seda. La poesía debe ser espontánea y natural como los árboles o las hojas. No fuerzo nada, dejo que fluya porque debe ser como la sustancia que le da inicio a la vida. El libro me trabajó y yo lo trabajé a él. Fue un reino al cual entré, un universo de palabras en el cual decidí refugiarme. Ahora ese libro ya se fue y Los soles de Amalfi ya no me pertenece, como los hijos que se van. No me afano. Duré treinta años escribiéndolo. Primero, en la década de los 80, fue un libro de cuentos, que funcionaron en su justa medida. Pero luego los personajes se fueron enhebrando y escribí hasta que se cruzaron los personajes y los temas. Era un universo que confluía alrededor de los pedazos y los capítulos que tenía escritos.

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