Viaje al interior de una gota de sangre reconstruye el horror de la muerte, pero sobre todo, el detalle de la vida de los habitantes de uno de los numerosos pueblos que fueron inexplicablemente exterminados por la violencia en Colombia.
Un grupo de encapuchados irrumpe en la plaza principal de un caserío el día en que se celebra el reinado popular. Llegan con una sola orden: matarlos a todos. A través de un coro de voces compuesto por las que serán las víctimas de esa despiadada masacre, Viaje al interior de una gota de sangre reconstruye el horror de la muerte, pero sobre todo, el detalle de la vida de los habitantes de uno de los numerosos pueblos que fueron inexplicablemente exterminados por la violencia en Colombia.
«Viaje al interior de una gota de sangre es un muro de la infamia pintado en una iglesia por un artista de pueblo. El muro es una denuncia pública de las matanzas que vive la región. Cuando los encapuchados lleguen a masacrar a la población, la historia dibujada se convertirá en la historia del libro. Es un gran fresco del que se extraen a primeros planos las vidas hipotéticas de quienes van a morir en una masacre». Fernando Araújo Vélez, El Espectador
“La hora de las sombras largas”
La carretera es plana, amarilla, polvorienta, paralela al río, y el sol se pone en la distancia. Es la hora de las sombras largas. Dos carros avanzan por la ruta y levantan a su paso el manto de polvo sediento que cubre las hojas de hierba. Pasan junto a los balancines herrumbrados de la petrolera y disminuyen la velocidad al encontrarse de frente con el primer búfalo que arrastra la yunta. A cien metros, una valla desvencijada indica el desvío: «Cultivadores de Palma de Aceite, cuidado, ingreso y salida de animales». Los dos carros tratan de sobrepasar al búfalo, pero enseguida deben detenerse porque la parsimonia de un escuadrón de bisontes de cuernos deprimidos que avanzan en sentido contrario con carretas cargadas de mil kilos de corozo africano les bloquea el camino. Una alerta dada por radio, desde el primer vehículo, dispone a los ocupantes de la camioneta que va a la zaga: —Preparar operativo, erre, preparar operativo, erre. Interferencia. Todos los ocupantes de la camioneta cubren su rostro con pasamontañas. A lo lejos, en los últimos zepelines de nubes grises, se dibujan los penachos azules de la cordillera. En sus ejidos, anclados al piedemonte, entre el declive que forman dos estribaciones montañosas semejantes a senos de mujer dormida y la mesopotamia de dos riachuelos desecados, se van perfilando la torre de la iglesia y el caserío en los binoculares de aquel que va junto al conductor del Nissan Patrol e imparte las órdenes por radioteléfono”. Fragmento tomado del libro